Antes de conocer Anier, Milagros tomaba precauciones. Luego de confesar sus necesidades, se hicieron inseparables. Seguidas por miradas furtivas de algunos transeúntes las figuras delgadas de Milagros y Anier pasaron más de una tarde en el
café de la esquina, saciando allí sus apetitos. Aunque yo las presenté no me siento responsable de ese pecado: Llegado enero sus figuras están regordetas.

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