La Vida laboral de Acacio Blanco Albar: Motivación a ultranza (3)

Motivación a ultranza

Como gotas de rocío, algunos empleados llegaron temprano. Los reciben el portero Manuel y otra mujer. Ambos registran la asistencia y reparten un comunicado de un cuarto de cuartilla, impresa por una sola cara.

Anterior: El taxi. Acacio se dirige a su casa. En el trayecto, In le ofrece darle unos consejos de supervivencia en la empresa y al llegar, habla con Virginia.

Ella recuerda que en un país lejano y olvidado, durante una transmisión presidencial en cadena nacional, se despidió la plantilla entera de una petrolera. Al mismo tiempo, le menciona la deuda que tienen con su padre y que éste, está a la espera del pago, por lo que debe mantener el empleo a cualquier precio.

Acacio es uno de los madrugadores, saluda, toma el papel y antes de leerlo, se adelanta para interceptar a Finna, que está más adelante en la fila de los torniquetes trípode para control electrónico de acceso a la entrada. Pretende comentarle sobre el recibo del taxi, sin embargo, In lo detiene:

—¡Llegas temprano Acacio! Eso es bueno, la disciplina es un ingrediente fundamental en el camino hacia el éxito —dice mientras coloca, a manera de saludo, el brazo sobre su hombro y lo conduce hasta el final de la fila.

—Hola In, las últimas novedades me tienen nervioso… —comenta Acacio y espera paciente los consejos prometidos la noche anterior. Con disimulo guarda en un bolsillo el papel que le dieron a la entrada. Del recibo del taxi prefiere no decir nada, no le parece oportuno.

—Mantén la mirada alta y al frente. Demuestra que estás centrado en ser efectivo y que tú sí puedes —responde In en voz baja, muy cerca del lóbulo de la oreja de Acacio. Su brazo se desliza con suavidad de un hombro al otro, hasta separarse de su amigo para que pueda pasar por el paso automático de hojas batientes. Acacio mira caminar a Finna por el pasillo y piensa en el ticket que tiene en su bolsillo, pronto In lo toma de nuevo por el hombro y lo lleva con sutileza, mientras saludan a todos los que encuentran en su camino.

Manuel, quien es el conserje y portero, se cruza con ellos. Con su acostumbrado tono jocoso comenta que algún espontáneo se le ocurrió bromear acerca de la reunión del día anterior y que apodó a los despedidos “el grupo de los insubordinados”. In y él se divierten al hablar del tema y de lo mágico que resultan las habladurías, ya que nadie sabe cómo de la noche a la mañana, ese nombre se hizo popular y está en boca de todos. Mientras, Acacio afina sus oídos en otra dirección. Intenta descifrar las voces que están alrededor y sin darse cuenta también busca a Saturnino. Manuel, café en mano, retoma su camino a la recepción. In observa detenidamente al despistado Acacio, que se ve obligado a devolverle la mirada, pero tras un segundo de reflexión sobre su propósito de integrarse, vuelca sus ojos con condescendencia y como una excusa por su falta de atención hacia las novedades, comenta:

—Me preocupa no saber el motivo de los despidos, ¿y si cometo el mismo error?

—En estos momentos el único error es reunirse con los insubordinados o parecer ser parte de ellos. Recuerda Acacio, que la confianza en uno mismo es el primer secreto del éxito.

De lejos aparece Diego que, después de una carrera, los alcanza. A manera de saludo exclama con una voz que parece imitar a alguien: 

«Planeamos días y días y cuando llega el momento, procedemos a improvisar» —lo dice mientras se mueve alrededor de ellos con un movimiento que imita mucha velocidad, tanto, que obliga a In soltar el hombro de Acacio, quien confundido, pregunta:

—¿Quién dice eso…?

—¿Cómo no reconoces las palabras de Pietro Maximoff? —dice In con asombro y de inmediato inicia un diálogo con Diego. Acacio se da cuenta de que no le interesa el tema; sin embargo, no puede separarse del dúo. Continúa con ellos hasta que distingue a lo lejos a Finna. Se aparta con discreción, saca del bolsillo el ticket del taxi e intenta ir a su encuentro, pero inesperadamente lo intercepta Manuel:

—No es recomendable que se comporte como los insubordinados, a no ser que sea parte de ellos. —Y ante la sorpresa de Acacio, continúa —Voy por una tostada para acompañar el café. Que tengas buen día… nos vemos… ya sabes, si necesitas algo, estoy en el edificio.

Acacio esconde de nuevo el ticket en su bolsillo, piensa que tal vez es mejor hablarle luego o quizás sea conveniente olvidarse de esa cuenta del taxi. Así mismo duda en hacer las paces con Saturnino; sin embargo, se queda un rato más en el área de las máquinas expendedoras con la esperanza de encontrarlo. Se percata de que no ha visto aún al otro colega que también compartió vehículo con él esa noche. Por lo tanto, decide ir por un café mientras espera que aparezcan el compañero, Saturnino o ambos.

Se queda un poco rezagado en la sala y observa. Se da cuenta de que In y Diego siguen con su amena charla. El resto de los compañeros hablan sobre el tráfico y otras quejas de asuntos cotidianos con sus respectivas soluciones: —El problema real es que… —dice uno, pero lo interrumpe otro: —hay que encontrar la mejor manera de arreglar lo malo de las cosas. —Pronto Acacio se cansa de escuchar la misma conversación de todas las mañanas y mientras saca su café de la máquina decide que es hora de ir a su puesto de trabajo.

Al entrar al cubículo, se encuentra con diversos artículos de oficina dispersos por todo suelo, le cuesta pasar. Acacio camina entre ese laberinto de resmas de papel, archivadores, lápices… hasta llegar a los escritorios en donde también reina el desorden, están repleto de carpetas junto a notas que dicen: “Revisar y corregir por orden de importancia”, al darse cuenta de que todas tienen el sello de urgente pregunta en voz alta:

—¿Cómo sabremos cuáles son las más importantes?

—Ni idea… Yo me voy a guiar por las fechas… —dice otro compañero del cubículo.

—Creo que es la investigación de los últimos nueve meses, por lo menos es lo que tengo… —suena la voz de una que lleva un tiempo de pie, al lado de su escritorio, con las carpetas en sus manos. Las analiza y de nuevo las coloca sobre la mesa, sin saber qué hacer.

—Yo tengo carpetas con fechas anteriores… —Se da cuenta Acacio y de inmediato anuncia: —Las voy a organizar de las más viejas hasta las actuales, por lo menos es un punto de partida…

—Y ¿Cuánto tiempo tenemos para revisar y corregir esto? —dice, mientras se sienta en su silla, esa voz que lleva un tiempo de pie.

—No mucho. Al terminar el mes deben estar listas para ejecutarse el primer trimestre del proyecto. —es la voz del nuevo compañero de cubículo que entra con el café en la mano y ocupa el sitio que antes fue del amigo de Acacio, aquel que despidieron en la reunión.

—Entonces las voy a colocar en bloques trimestrales… —expresa desde su silla esa voz que estuvo de pie y se entrega a la tarea de separar las carpetas —tengo que hacer tres grupos —murmura para sí misma, muy bajo y con cansancio.

—Es mucha información… —opina, un poco desanimado, otro compañero de cubículo.

Su comentario queda opacado al escucharse las voces de Emma y Juan Peña. Por instinto, el resto de los compañeros guardan silencio. Ellos se preguntan qué hacer con las grapadoras, bolígrafos y los otros objetos que están dispersos por toda la oficina y molestan el tránsito entre los escritorios.

—¿Hay que guardarlos… reciclarlos… venderlos… esconderlos…? —pregunta Juan Peña y Emma sugiere:

—Vamos a guardarlos en el almacén. — Juan Peña se le suma a esa idea y sin darle tiempo a Emma de reaccionar, con voz alta, clara, se dirige al resto de los compañeros para ordenar:

—Hay que abrir espacio para poder trabajar. Estos artículos de oficina son valiosos, se deben seleccionar por rublos, con mucho cuidado y luego guardarlos en cajas, que hay que buscar en el depósito. Después de llenarlas, tienen que escribir en las debidas etiquetas, con letra clara, legible, su contenido, para llevarlas al almacén y organizarlas por renglones: lápices con lápices, folios con folios… así con todo. Lo tenemos que hacer juntos. Si no, hoy no desocupamos este lugar. —Sale y repite la orden por los demás recintos, cubículo a cubículo.

Los compañeros, deseosos de cumplir las normas, ocultan el desgano. Entre frases motivacionales, dejan sus escritorios y se escuchan diversas voces que animan al grupo:

—El trabajo que nunca se empieza es el que tarda más en realizarse.

—Recuerden, el trabajo duro hace que desaparezcan las arrugas de la mente y el espíritu.

Algunos salen a buscar cajas, mientras otros se quedan en la oficina y seleccionan los objetos por grupos. Los comentarios, para darse ánimos, continúan:

 —Trabajar en equipo es el secreto que hace que gente común consiga resultados poco comunes.

—Lo bueno del trabajo en equipo es que siempre tienes a otros a tu lado.

Alguien intenta intercambiar opiniones sobre las carpetas que esperan en los escritorios, otros tratan de contar sus acostumbrados malos chistes, pero esta tarea mantiene a todos muy atareados, aislados. Tan solo se escuchan las frases de motivación que se pierden con los pasos apresurados de los que salen con las cajas llenas o de los que entran con otras vacías.

Una compañera se tropieza con otro. La caja cae, todos los artículos ruedan por el suelo y al agacharse para recogerlos, escucha:

—Haz lo mejor que puedas en cada tarea, sin importar cuán poco trascendental pueda parecer en ese momento.

Sin pensarlo, de forma automática responde:

—La única forma de realizar un gran trabajo es amar lo que haces.

Los que vienen de otras oficinas, cargados de papeles, de nuevos archivos que distribuyen de cualquier manera en las abarrotadas mesas de trabajo, también se tropiezan con los que llevan las cajas, con los que van a fumar o a respirar un poco de aire fresco. El ambiente se torna denso. Caminan como zombis, con la sonrisa dibujada y pasos inseguros.

Acacio también se aleja de la oficina con el pretexto de tomar un refresco. Su verdadera intención es hablar con Saturnino; sin embargo, no lo logra, salta el contestador. Le deja un mensaje de voz, en donde le dice que lo contacte. Ve a Finna que igualmente está tomando el aire, se encuentra con el compañero del taxi y otros más. Duda en acercarse, no lo hace. Decide olvidarse del recibo. Aunque es seguro que Virginia le va a preguntar y al no recuperar el dinero hoy, le tendrá que inventar una excusa. Piensa decirle que mañana se lo pide y mañana le dirá lo mismo; así, hasta que se canse de interrogarlo y lo deje en paz. No puede poner en riesgo sus nuevas amistades. Luego de aclarar esas ideas y de acuerdo con lo prometido antes de salir de casa, se comunica con ella:

—… Cargo cajas de un lugar a otro y en el escritorio hay unas montañas de carpetas con un montón de informes para revisar y corregir ¿Serán los errores de los despedidos? —habla en voz baja entre el ir y venir de sus compañeros, luego continúa: —Sí, sí, pero me pregunto ¿Cuándo vamos a comenzar a trabajar en el proyecto? —Se da la vuelta para ponerse más cómodo mientras escucha a Virginia y después agrega, con tono de fastidio, —… si, seguro, hoy también salimos tarde. Por cierto, en la entrada nos dieron un papel. Déjame revisarlo para saber de qué se trata. —Saca el panfleto del bolsillo, le da una rápida mirada y continúa su conversación —no es nada, ofrecen un curso de motivación laboral. —Hace silencio para escuchar la voz de Virginia y con cara de enfado, dice: —Sí, si lo he intentado; sin embargo, créeme, no he tenido la oportunidad… Sí, sí, lo entiendo… sí, de mañana no pasa… Hablamos a la hora del almuerzo, voy a volver al trabajo.

Acacio guarda su móvil, se queda pensativo. Siente que el recibo del taxi le pesa en el bolsillo, ¿y si pide un préstamo para salir de ese problema?, pero ¿a quién? Sacude la cabeza en un intento de alejar ese pensamiento; sin embargo, decide dejarlo como una opción, una posible solución preferible a enfrentarse a Virginia o quedar mal con sus nuevos amigos. Con esta reflexión en su mente, camina despacio hacia la oficina. Emma y Juan Peña estuvieron cerca de él durante la charla con su pareja, aunque él no lo notó. Ellos sí han escuchado en silencio toda la conversación y con mucha atención observan su extraña actitud, toman nota de que sigue su amistad con Saturnino y se preguntan ¿Qué piensa hacer?; además, esa afirmación «de mañana no pasa» los deja intrigados. Antes de que acabe el día deciden averiguar en qué anda, para tomar las medidas necesarias. 


Sigue en: La realidad que todos vemos. 4


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4 comentarios en “La Vida laboral de Acacio Blanco Albar: Motivación a ultranza (3)

    1. Hola Federico. Gracias por el comentario. Espero que tú y tu familia la pasen bien y tengan un año 2024 lleno de buenos momentos.
      En cuanto Acacio, hay que esperar para ver cómo le va en ese trabajo. 😁
      Un abrazo 🐾

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