La Vida laboral de Acacio Blanco Albar: Nuevo amanecer (5)

Nuevo amanecer

Amanece y Acacio Blanco Albar comprueba lo cobrado el día anterior. Lo hace sin levantarse de la cama, desde la app del banco que está siempre dispuesta a mostrarse en su teléfono móvil. No alcanza para pagar el recibo de sus suegros, por lo que le pregunta a Virginia en qué se ha gastado casi todo lo ingresado.

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Acacio Blanco Albar se debe enfrentar, al igual que sus compañeros, a una complicada página para enviar documentos a otros departamentos.

Ella le responde que la hipoteca, que los diferentes servicios de agua, luz, comunidad, no se pagan solos y molesta, continúa: —Además, no tengo que justificar los gastos. Te recuerdo que no has recuperado el dinero del “taxi compartido”. —Esto lo dice con ironía, hace comillas con los dedos y luego, con un tono frío, prosigue. —Ya estoy cansada de que llegues tarde todas las noches, no creo en tus falsas excusas. O asumes tus compromisos o te vas de la casa, pero no te puedes desentender de mis padres, ya que los pagarés están en manos de sus abogados. —Le da la espalda y sale de la habitación. Él se queda con la mente en blanco, el rostro pálido y la alarma del móvil le recuerda que debe apurarse, ya está retrasado.

Recorre todo el camino a la oficina con la creciente preocupación por lo ocurrido. De vez en vez, le parece observar a una abeja, como si lo siguiera. Piensa que es absurdo: «no hay flores cerca. Si fuese una mosca, sería más lógico. Igual la ducha de anoche se hubiese vencido y necesitaría otra esta mañana, pero una abeja, ¿por qué me sigue?», sacude la cabeza para ahuyentar al insecto, aunque vuelve a revolotear sobre él. Corre al transporte público y la abeja entra junto con él. Decide no hacerle caso e intenta hablar con Saturnino enviándole mensajes; sin embargo, no logra localizarle. Sus pensamientos colapsan. Ya en el trabajo siente náuseas, mientras hace la fila de los torniquetes trípode para control electrónico de acceso a la entrada. Respira profundo. Con pasos lentos desplaza la mirada de un lado a otro en busca de su amigo, sin visualizarlo. Antes de llegar a las máquinas expendedoras de cafés, lo interceptan Emma y Juan Peña. Éste, a manera de saludo, le dice:

—Entre la mayoría de los empleados eras el que más prometía, pero después de la actitud de ayer, sumada a las anteriores, has demostrado que eso era una falsa apreciación. —Ante la mirada de asombro de Acacio, Juan Peña levanta la voz y continúa: —Cerraste el portal recién comenzó la mañana, luego irrumpiste en una reunión muy importante con el pretexto de que la página era complicada; sin embargo, a pesar de tus malos modales, te di la explicación que pedías. Emma y yo teníamos razón, fuiste el único que no pudo manejar el programa. En todo el día nadie puso quejas, no hicieron preguntas. Por el contrario, todos mandaron los respectivos correos, un promedio de veinte por empleado y tú apenas doce…

Acacio va a responder, pero Emma interrumpe:

—Por todo lo dicho por Juan Peña, creo que te has ganado un premio, así que, por favor, acompáñame. Daniel y Víctor quieren hablar contigo ahora mismo. —Le hace una señal para que lo siga. Acacio, evidentemente contrariado, comienza a caminar. Algunas palabras entrecortadas de sus compañeros crean un leve susurro que se apaga a medida que se alejan y se percata de que la abeja sigue sus pasos. «¿Será la misma de antes o será otra?», piensa sin abrir la boca.

Al llegar a la oficina del gerente general, Emma, en voz baja, habla con la secretaria de rostro serio y luego se retira. Ésta hace señas para que Acacio tome asiento y espere.

El tiempo se hace interminable, le permite recordar todo lo acontecido el día anterior; visualizar el espacio; repetir una a una las palabras de Virginia; volver a preguntarse por Saturnino y cuando su mente va por su tercera ronda con el mismo recorrido, la secretaria rompe el silencio con labios y ojos que se curvan en una sonrisa por un instante, pero pronto vuelven a su expresión recta y severa para pedirle que pase.

Acacio Blanco Albar entra, la imponente oficina lo intimida. Queda de pie, distante y frente al extraordinario escritorio de Víctor, al fondo, en el gran ventanal, vuelve a observar a una abeja. Parpadea, trata de ignorarla. Daniel lo observa. De manera amigable le da la mano en señal de bienvenida y le pide que tome asiento en una de las butacas. 

—Ponte cómodo, Acacio —dice y continúa con voz suave —¿Cómo te sientes con nosotros, en este trabajo?  

—Bien… aún estoy poniéndome al día con algunas tareas… —Comenta, un poco dudoso de la respuesta que se espera de él y sin dejar de observar a la abeja que parece seguirle.

—Destacaste en el período de prueba, tenemos mucha fe en ti y tu trabajo —dice Víctor mientras toma asiente en otro sillón y continúa sin dejarlo hablar: —He sabido que eres amigo personal de Saturnino Segundo Molina  —Esto lo dice sin apartar los ojos de su interlocutor.

—Sí, somos amigos desde hace muchos años…

Daniel lo interrumpe.

—¿Y desde cuándo no hablas con él? 

Un poco sorprendido por la pregunta, titubea. Sin embargo, con la esperanza de que ellos sepan algo, decide responder:

—He intentado hablar con él, pero por alguna extraña razón no he podido localizarlo. De hecho, he pensado en ir hoy a su casa para saber qué le pasa.

Se produce un leve silencio y Víctor toma la palabra.

—Acacio, lamentamos ser nosotros los que te demos la ingrata noticia, pero es mejor que lo sepas ahora y no que te enteres por la TV. 

—Perdonen, pero no entiendo de qué hablan.

—Sabemos que Saturnino estaba atravesando un mal momento y nosotros tratamos de ayudarle, a él y a Bram, pero al parecer Bram murió y eso lo dejó destrozado…

Acacio Blanco Albar siente que la vista se le nubla. A su memoria llegan imágenes de Bram y Saturnino, de  los tres al jugar con cintas después de largas horas de estudio. Además de las conversaciones importantes que mantenían ellos dos, con las oportunas interrupciones de Bram, que los hacían sonreír a ambos. Comienza a sudar frío. Le ofrecen un café caliente. El silencio entra a la oficina para impregnarla con su profundidad. Luego, Daniel usa una voz suave que parece acariciar el aire y le dice:

—Al parecer, no pudo soportar la pérdida de su amigo felino y se suicidó.

Estas palabras retumbaron en la nuca de Acacio, quien se desvanece sobre el asiento que sostenía su cuerpo. No supo cuánto tiempo transcurrió, pero cuando recobró la conciencia de estar vivo, seguía en el despacho de Víctor. Trató de incorporarse, de salir, la mano de Daniel se lo impidió, mientras le pedía que se relajara, que era mejor permanecer un rato más en la oficina para que asimilara bien la noticia.

Con voz calmada, como la de un padre que conversa con su hijo pequeño, Víctor comenzó a hablarle:

—Entendemos que estés perturbado con la noticia y quizás no es el momento apropiado para hablar sobre este tema, pero estamos en una etapa decisiva en la investigación y necesitamos compromiso. Con la partida de Saturnino, hemos perdido, además de un buen amigo, a un gran aliado laboral y en esta fase crucial nos urge tener a nuestro lado a personas fieles, integradas con el proyecto. —Concluyó con el rostro ladeado y una expresión suave que mostraba un profundo pesar.

Acacio siente que sus hombros le llegan hasta las rodillas y sus ojos siguen estirados al máximo, temerosos a recuperar su tamaño normal y darse cuenta de que lo que ocurre no es producto de su imaginación, es algo real. 

Daniel, quien no ha dejado de observar las reacciones de Acacio, le dice con una voz envolvente:

—Acacio, si nos prometes ser fiel al compromiso del proyecto, podemos ayudarte en lo que sea: una vivienda, algún préstamo o, no sé, algo que necesites. Solo háznoslo saber. Considera esta oficina como tu casa y a nosotros, tus mejores amigos.

Víctor se levanta y extiende la mano para ayudarlo a levantarse. Daniel también se pone de pie y lo despiden con un abrazo. Acadio, de forma automática, responde al saludo y sale aturdido; aún no asimila lo que acaba de ocurrir.

Camina en silencio, al llegar a las máquinas expendedoras, saca un café y sigue su recorrido hasta la oficina. No sabe si es su imaginación o si la abeja continúa a su lado. Se da cuenta de que Juan Peña y Emma lo observan e intentan interceptarle, pero algo impide que se acerquen. Él se sonríe y piensa que es la abeja que los asustó.

Entra al cubículo, se sienta en su escritorio con la mente en blanco y la bebida intacta. Los compañeros, a pesar de observar su extraña conducta, no se atreven a preguntar qué le ocurre. Así, con los músculos de su cuerpo inmóviles y el café inamovible sobre el escritorio, transcurre el día.

Sin perder esa extraña y distante actitud, al finalizar la jornada, sale. Para sorpresa de todos, esa tarde no hubo reunión; la salida se hizo puntual. Como un autómata, Acacio llama al taxi y los acostumbrados compañeros de ruta ya están a su lado.

Suben al vehículo y ocupan sus puestos habituales. Observan su inusual conducta, pero ninguno pregunta qué le pasa. Simulan estar distraídos, hablan de sus cosas, cuentan chistes… A través del espejo retrovisor,  Acacio y el taxista se miran y éste desvía la ruta para dejarlo a él primero. El resto de los pasajeros, que desconocen el acuerdo hecho la noche anterior entre ellos, solo tienen tiempo para sorprenderse. No pueden manifestarlo, ya que Acacio Blanco Albar se bajó del taxi y camina con premura hacia su casa. In, Emma y el otro compañero, mientras contemplan cómo se aleja, juran vengarse de esa conducta que catalogan como traición.


Próxima entrega Jueves 11 de abril 2024



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