Con gracia y discreción llegó el grupo que representa al hogar, para posarse sobre el lado izquierdo de los paneles que cuelgan en sentido vertical y sirven de escenario.
Las franjas de luz tan amarillas como los trajes de las danzarinas, se cuelan para romper la oscuridad. Iluminan hacia la derecha y hacia abajo los paneles. Allí un pequeño grupo espera su turno de aparición en posición alzada, como flores. La frágil luz se abre para permitir apreciar la total distribución del escenario.
El sol es un invitado más, pero esta vez se ve a sí mismo representado en la solista que hace su entrada triunfal entre aplausos y se coloca en el panel más alto. Luego en perfecta alineación diagonal entran las danzarinas que ocupan el centro, una tras otra.
Comienza la danza del abdomen bajo la mirada atenta de un gran número de ojos expectantes. El tórax inmóvil. El abdomen en bloque se mueve, hace ochos horizontales. Primero a la derecha, con un segundo golpe de abdomen… luego a la izquierda…las alas las sostienen en el aire. Ojos compuestos y sencillos, fijos en la solista que en alto impone su inmovilidad. La cantidad de movimientos son estudiados, su ritmo lento se torna frenético. ZumZum, Zum pausa, Zum, ZumZum pausa.
Es tal el hechizo de esa danza que las espectadoras se incorporan poco a poco al escenario para repetir con sus abdómenes este símbolo del infinito una y otra vez… dos a la derecha uno a la izquierda, pausa, uno a la izquierda, dos a la derecha, pausa…Tratan de no perder el ritmo uno, dos, uno, pausa, uno, dos, tres, pausa en cuatro. Repiten y repiten hasta que logran copiar el baile, mientras parecen captar el conocimiento de algo fantástico. Una vez que el ritmo y la secuencia son dominados se repite una vez más para ejecutarlo con gracia.
Cansadas, pero bajo los efectos de la danza, el movimiento, la luz y la música, ya toda la colonia de abejas obreras recolectoras ha tomado conocimiento del algoritmo que determina la dirección y distancia del alimento. Ya pueden volar fuera de su escenario.
