La calle de esa señora (relato corto)

La mujer que vive cerca de esa casa, vigila la calzada escondida detrás de la puerta de entrada de su vivienda o desde el jardín, camuflada entre las plantas. También se oculta en las gruesas cortinas de las ventanas que dan a la calle, pero sus susurros “hay que vigilar… con esta gente hay que estar atenta… hay que vigilar,” delatan su presencia.

Su extraña conducta se pone de manifiesto al detectar algún peatón que pasa enfrente de la valla de su vivienda. De inmediato sale, trajeada con su cómoda ropa de estar por casa y lo intercepta para explicar que se encuentra en propiedad privada. En todos los casos recibe la misma respuesta llena de asombro: “¡pero si esto es una vía de libre circulación!”, entonces ella muestra los documentos que guarda en una carpeta azul, esa que lleva debajo de su brazo izquierdo y que jamás abandona. Blande esos papeles para aclarar que paga los impuestos por ese acceso, por lo que son parte de sus dominios, así que, permite que la gente circule siempre y cuando el individuo en cuestión muestre una actitud acorde a su condición. Por lo general, el transeúnte acelera el paso y se aleja incrédulo por lo que acaba de escuchar.

Cuando reconoce a un peatón, que a pesar de ser advertido de no tener la actitud acorde a su condición y por lo tanto sin acceso a su propiedad, pasa despistado por su calle lo moja con una manguera que está colocada estratégicamente detrás de la valla que delimita su espacio personal, no sus dominios que, según ella, se extiende hasta la mitad de la calle, en donde empieza la propiedad de la vecina. Los agraviados gritan por la sorpresa del asalto, sueltan frases incomprensibles y buscan apoyo en las otras personas que observan desde sus ventanas. Pero estás fingen no enterarse de la situación, aunque sus rostros expresen la diversión que sienten al observar la escena. Esa mujer entra a su casa con la misma conducta de sus vecinos, como si no se hubiera dado cuenta de lo ocurrido, sin que su espalda erguida y su cabeza alta oculten la satisfacción, esa que se siente al hacer valer los derechos. Poco le dura la sensación de triunfo ya que de inmediato vuelve al asecho y vigilancia.

Una tarde cualquiera pasaron por la calle varias personas con carpetas azules en las manos y esa mujer los interceptó. Mientras les recitaba sus acostumbradas explicaciones, observó que los hombres lucían grandes y relucientes accesorios de plata. También se fijó en los cabellos sueltos de ellas, adornados con impecables cintas y que todos llevaban gafas del mismo azul que las carpetas y las cintas. La actitud de ese grupo la emocionó al darse cuenta de que la escuchaban atentos y luego le respondieron con palabras que reconoció como suyas.

Entonces, les abrió la puerta de su casa y entraron. Hablaron por un largo rato ante la atenta y distante vigilancia de los vecinos, cuyos oídos no lograron traspasar los límites impuestos por ella y mucho menos, acercarse a su portal. De esa forma, desde sus mirillas, desde la acera del frente, trataron de entender lo que sucedía, pero al no enterarse de nada, la libre imaginación tejió un enredado e interesante diálogo que cada quien adornó de la forma que quiso.

Cuando esa vecina y el grupo salieron a la calle, todos aquellos que estaban atentos a esa reunión enriquecieron sus libres interpretaciones y al observar que algo había cambiado en ella se preguntaron sobre aquellos que podían entrar y salir de esa casa. Por sus trajes y maneras dedujeron que se trataban de personas muy importantes y acto seguido comenzaron a percibir a esa mujer de una manera diferente.

Al día siguiente, esa mujer salió altiva, traje y gafas azules, más elegante que las galas que solía usar para ir a la compra. Con tono cordial, saludó a los que se encontró en el camino y a los que abordó para hacerles preguntas, aparentemente inocuas, lo hizo con un trato afectuoso y amable. Los interceptados, sorprendidos por su repentino cambio de actitud, le hablaron rápido para salir del paso, sin pensar mucho en lo que respondían y los porqués de sus consultas, pero, para ella, las frases que obtuvo como respuestas sirvieron para anotar en su carpeta azul todo tipo de datos junto con los nombres de los que consideraba apropiados e inoportunos. Conforme el reloj anunció que las horas avanzaron, la carpeta creció en volumen.

Pasaron los días y los que debían transitar por esa calle se sentían cada vez más molestos por las preguntas de esa mujer; sin embargo, no manifestaban ese malestar. Un joven, en su recorrido obligatorio y habitual para poder ir y venir a la parada del autobús, descubrió los límites de esa mujer. Se percató que no molestaba a los que pasaban por la acera de enfrente e incluso dejada de seguir y de interrogar si se dirijan hacia el centro de la calzada. Entonces empezó a desviar la ruta hacia la acera de enfrente. Pronto otros vecinos y personas de paso imitaron su comportamiento y ella, al darse cuenta de ese mudo rechazo, se llenó de indignación. Furiosa se dirigió a la vivienda de la vecina de enfrente y tocó su puerta. Nadie sabe qué hablaron en el portal de ésta, pero todos vieron que caminaron juntas hacia la propiedad de ella. Allí permanecieron largo rato y mientras, se transitó cómodamente por ambas calles.

No obstante, esa misma tarde, ocurrió algo inesperado. La vecina de enfrente se instaló en su acera vestida y peinada igual a esa mujer y llevaba, en una mano, una carpeta llena de hojas en blanco y en la otra, un bolígrafo con el emblema de EMCU, del mismo azul que las gafas, el traje y la cinta que adornaba su cabello. Ya nadie podía escapar de las inocentes interpelaciones de esas señoras. No existían acera de enfrente libre de interrogatorio. Sin embargo, las preguntas ya no se limitaban al reconocimiento de sus propiedades, ahora también se interesaban por conocer las opiniones, sobre diversos temas, de los interceptados. Antes de comenzar a preguntar solían decir: —Deseamos poner en práctica tus ideas. Seguro son oportunas, ya que conoces en primera persona las necesidades que hay que solventar para lograr una máxima eficiencia en… —y aquí comenzaba el cuestionario. Al terminar, dibujaban una amplia sonrisa en el rostro, regalaban unas gafas azules y decían: —Las cosas pueden y deben ser mejores para todos.

Cuando interceptaron al joven, el que a diario se dirigía a la parada, lo abordaron de forma amable. Preguntaron cómo se podría mejorar la ruta del autobús que solía tomar y él, que conocía bien el recorrido, además de las diez sugerencias para arreglar el servicio dio un informe detallado del trayecto; de las costumbres, ocupaciones, relaciones familiares y sociales de los usuarios recurrentes, de los casuales y de los diferentes choferes de la línea.

A otras personas les preguntaron por las mejoras de la calle, del mercado, los precios de los productos, en fin, no hubo tema que quedara al margen de las encuestas. A todos se les preguntó sobre lo que le interesaba y cada vez los interpelados se preocupaban en ser más eficientes y amplios en sus informes. Revelaron detalles de terceros que, según decían, solo ellos conocían. Al poco tiempo, la información recopilada por esas mujeres era considerable, tenían apuntes de las verdades y mentiras de muchos, incluso de individuos de los cuales no habían visto nunca. Todas las noches la vecina de enfrente entregaba sus cuartillas a esa mujer para que ella hiciera el uso correspondiente, el que debía hacerse. Aunque nadie preguntó, esa vecina dijo que nunca leyó esos papeles, que lo recopilado era confidencial , pero por alguna razón inexplicable, cada día se sumaban más personas para hablar con ella, en privado.

El poder de esa mujer aumentó en el vecindario, su influencia y autoridad era notable e indiscutible y se reforzaba al ser visitada por el grupo azul, así eran llamados por los vecinos a los representantes de EMCU.

Ahora ella tenía el prestigio para avalar y poner en práctica sus ideas, que incluían normas y códigos de conducta para casi todas las situaciones . Era reconocida y respetada por la comunidad. Hasta hubo quien se atrevió a tocar a su puerta para preguntarle cómo poner las manos al desplazarse o al estar de pie; cuál era la manera correcta de caminar, de vestir y a todos, esa mujer les recitaba parte del naciente discurso: “Solo nosotros somos capaces de ver lo bueno que hay dentro de cada ser, por lo tanto, lo que le conviene hacer de su vida a cada uno. Nuestros consejos son normas claras de una vida próspera”. Nunca explicó a quiénes se refería al decir “nosotros”, pero tampoco surgió algún voluntario que preguntara.  

Ahora esa mujer pide que le firmen los papeles que avalan que es la dueña absoluta de su propiedad, los abordados sonríen y complacidos, estampan su firma. Porque están de acuerdo en que ella es la dueña de sus propiedades, aunque no se han preguntado cuáles son. También reconocen que las mejoras que se han hecho y se hacen en el barrio, es por la gestión que esa mujer realiza. Como ejemplo ponen, que desde hace un tiempo, no se ha mojado a nadie al transitar por esas calles y el testigo estrella es la vecina de la esquina que asegura que pintó la fachada de su casa, gracias a que ella lo sugirió, también otros vecinos se suman a sus declaraciones y dan testimonios de la bondad y sabiduría de esa mujer.

Aquellos que vivieron la experiencia de conocer a esa mujer cuentan que muchos la admiraron en silencio, hasta que, saturados de entusiasmo, rompieron su mutismo y aclamaron al mundo la fascinación que sentían ante su presencia. Alguien dijo que era una ilustre luchadora y esa afirmación corrió de boca en boca. La actitud de ella se hizo viral y aparecieron diferentes personas con el potencial necesario para repetir, sin cuestionarlos, sus palabras y gestos hasta hacerlos propios y defenderlos como verdades absolutas. Para otros, esa manera de hacer valer sus derechos era inocua, divertida; sin embargo, no dieron a conocer ninguna opinión, no objetaron su conducta con ningún razonamiento, tan solo se limitaron a reír cuando esa mujer manifestaba que esa calle era suya. El tiempo transcurrió y dejó de importar si tenía o no razón. Por esas calles, eso ya es irrelevante, tan solo importa mantener las nuevas formas impuestas por ella y señalar a los que no las cumplen.



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4 comentarios en “La calle de esa señora (relato corto)

  1. ¡Maravilloso, Rosa!
    Una historia llena de intriga que no desaparece ni al llegar al final, dejando al lector las muchas cuestiones y reflexiones que suscita.
    Muestra también la gran transformación de una persona que, por su actitud, primero repele y hasta incomoda, pero, luego, llega a convertirse en una mujer digna de admiración e imitación.
    Está claro que la consecución del bien común es uno de los grandes valores de la sociedad y quién se empeña en mejorarlo logra el convencimiento de los demás.
    Menos mal que esta mujer uso su talento y carisma para llevar a todos por el buen camino, tanto de su calle como de su ciudad, pero es fácil imaginar lo que pueden hacer otros, como ciertos políticos, para conseguir apoyo incluso en cosas que nos afecten negativamente.
    El seguimiento de las masas puede ser muy ambiguo.
    ¡Enhorabuena! Un relato para releer y reflexionar. ¡Mencanto!
    Un abrazo y Felices días y mejor Año Nuevo

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    1. Hola José. Gracias por el comentario. Me alegra haber podido generar esa sensación de intriga. Vaya usted a saber qué están haciendo, los trajeados de azul, con los datos recaudados por esa mujer y a dónde van a parar. Mucha felicidad para tí y los tuyos. Un fuerte abrazo 🐾

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  2. Hola, Rosa, al principio me parece la protagonista la mujer del visillo, la metomentodo para marcar su territorio y fastidiar a los demás. Una manera de tener protagonismo en si vida vacía. Cuando llegan los del traje azul, la cosa cambia y el secretismo lo invade todo. Al final no importa si tenía o no razón, tan solo mantener las nuevas formas impuestas por ella. Se ha consolidado el absolutismo, una dictadura que tiene todo el poder por la ausencia de espíritu crítico de sus vecinos. Me ha llegado al alma porque hay mucho de realidad en las sociedades que vivimos. Rellenamos tantos cuestionarios, contestamos tantas preguntas… Y no somos conscientes de que con esos datos estamos entregando nuestra libertad.
    Un fuerte abrazo, Rosa.

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    1. Hola María Pilar. Me alegra muchísimo que hayas visto mi punto de vista. Cuando escribí el cuento, mi idea no era hablar mal de esa vecina chismosa que todos hemos tenido o tenemos, sino justamente de cómo esos personajes se convierten de repente en figuras de poder gracias a nuestra complicidad y para colmo, caemos en el error de regalarle información sobre nosotros y de terceras personas, bajo el manto del «no sabía que…». Y así con todo, vamos rellenando cuestionarios sin saber para dónde van esos datos. Gracias por el comentario. Un abrazo 🐾

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