¡Vamos a «montar un pollo» que estamos en un reality show!

Preguntándome qué hace atractivo a los reality show o los llamados Telerrealidad me propuse mirar algunos e investigar un poco sobre su origen.

Comienzan por los años noventa con Survivor y Big Brother, convirtiéndose en una moda. Surgen con la idea de juntar a personas desconocidas por un período de tiempo y ambiente previamente establecido. No actúan ni representan a ningún personaje, ni deben seguir un guion o libreto. A través de varias pruebas se van eliminando hasta que solo quede el merecedor del suculento premio. El espectador puede ver todo el desarrollo y, en la mayoría de los casos, participar apoyando a su preferido para evitar que sean expulsados a través de los diferentes soportes disponibles como el teléfono e Internet.

Hasta aquí estoy de acuerdo con la premisa. Suena interesante como experimento social, pero cuando la necesidad de audiencia o de seguidores es llevada al extremo raya en la necedad y en lo absurdo. Lo vemos en los que anuncian grandes proyectos sin aportar nada de interés de tipo sociológico, sobre alguna especialidad o que simplemente planteen problemas reales para que la audiencia pueda ver la posición de cada participante y así sacar algún aprendizaje de la situación. Lamentablemente la mayoría se quedan en mostrar peleas, insultos, amenazas, traiciones, sin importar la temática: si es de cocina no aportan recetas ni consejos culinarios; si es sobre reformas no hablan de materiales o de algo que se pueda poner en práctica en un momento determinado; si es de decoración, moda, cambio de imagen, arte, tampoco aprendemos nada relacionado sobre el tema porque no lo muestran.

Se supone que los reality van de registrar las interacciones entre desconocidos a la vez de mostrar algún talento/trabajo de éstos pero, el show se lo llevan realmente los encargados de valorar el comportamiento/trabajo de los participantes: Miembros del jurado, «jueces» y/o los responsables de determinar los resultados de las pruebas, o como quieran llamarlos. Ahora bien, después de ver algunos reality diferentes me queda muy claro que son una forma rentable de resucitar artistas/personajes ya agotados en sus discursos sin que aporten nada nuevo ni viejo. Reconvertidos es una especie de «deidades», listos a aceptar la absoluta sumisión de los participantes.

Cuando alguien se equivoca, según su criterio que no se toman la molestia de explicar, no dudan en mostrar su conducta despectiva sin más argumentos que «horrible» «un asco» «no me transmite nada» o cosas peores que ya no me acuerdo. Luego se deshacen en halagos desconcertantes para el trabajo/personalidad de algún otro (incluso hasta la lágrima visiblemente actuada) y yo, que no me he perdido detalle del evento, ¡no veo lo «imperdonable» del error ni la mitad de lo que están glorificando! en algunas ocasiones confieso que devuelvo la escena buscando esa «genialidad» y me he quedado en blanco. Eliminan y halaban a quien les place. Lo cómico es que son varios y hasta ¡deliberan para llegar a estas conclusiones!

Lo que me entristece es que estos jueces suelen ser personajes que han tenido un alto puesto en su especialidad pero, haciendo este papel, en realidad se muestran como seres desesperados por resurgir del olvido, por un último aliento de reconocimiento o por buscar «fieles seguidores» dejando a un lado el discurso que los llevó a ese pedestal. ¿Será que llegado a un punto priva más la necesidad de estar «en lo alto» que el propio discurso? o ¿ese discurso que aparentemente tenía componentes sólidos se quedó obsoleto? Son preguntas que me hago sin tener respuestas claras por los momentos.  

Como conclusión he pensado que el «enganche» a este tipo de programas es la pelea por la pelea, el cotilleo y cierto morbo en cuanto a las relaciones de poder (jueces-participantes). De allí que el apoyo del público sea para un participante en concreto con el que se puede identificar la mayoría, que generalmente es el que haya superado más obstáculos, rudezas y exigencia por parte de los distinguidos dioses que juzgan, y sí además nos cuenta una historia personal difícil, dentro de un carácter dócil con las normas y dispuesto hacer «lo que tenga que hacer» para demostrarse merecedor del premio, ¡bingo! tenemos ganador. Muy pocos reality, como los de Forjado a fuego y Miami Ink (probablemente no sean los únicos que escapen al patrón que he descrito, pero estos son los que me vinieron a la memoria), muestran sus propuestas sin pretender buscar con ello una sumisión de sus participantes o encontrar seguidores sin consciencia, tienen un mensaje claro, son entretenidos y se centran en mostrar el trabajo de desconocidos buscando su visibilidad sin recurrir al drama ni al pavoneo de jueces. Tal vez estos pocos están siendo disfrutado por el 3% de la población. Y esto me viene a la mente porque esta serie brasilera (3%) hace pruebas al estilo reality. Allí la meritocracia es social y llevada al extremo de la necedad bajo la apariencia de sobrevivencia real (no de notoriedad o dinero, sino de vida o muerte) pero esto es otro tema que hablaré en el A propósito de 3%.



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