La mañana despuntó con el desconsuelo que acompaña a los malos momentos. Salían temprano en el vehículo que usaban para desplazarse. Llegamos a un lugar en donde me dio tiempo de pasearme por varias ventanas y observar a través de los cristales el espacio poco colorido al que con tanta prisa necesitábamos entrar. Pasó un tiempo más o menos largo antes de que tomaran asiento frente a una mujer con unas gafas redondas, azules.
Tardé en reconocer a esa de impecable apariencia y figura estilizada. Por alguna razón no lucía tan esplendorosa ni radiante dentro de estas paredes, estaba mimetizada con el entorno, resultaba similar a los pocos humanos que se encontraban detrás de sus mesas. Todos iguales a ella, como hechos en serie. Rostros serios y sonrisas de quita y pon usadas con destreza según hablaban con otros humanos sentados, incómodos, al otro lado de sus mesas interactuando con cierto recelo, vestidos libremente, con diversidad de historias en sus mentes, miradas y rostros que me hubiese gustado conocer.
Esa mujer con sus cabellos sueltos y su sonrisa de cartón saluda a Onagnaz y lo llama «maestro», sin embargo él no la reconoce, ni pretende hacerlo siquiera. Esa apenas le dirige la mirada y la palabra Anier, así que daba igual que fuese reconocida o no por ella. Yo supe que Anier si la reconoció al momento y hasta evitó sentarse en su mesa pero, al parecer era la que tenía asignada la atención de la pareja.
Noté como esa trató de empatizar con él a toda costa, hizo referencia a una de las tertulias, como queriendo congraciarse y suavizar el impacto de los detalles que tenía que revelar. Detalles como «una hipoteca» y varios «avisos de retraso en el pago» de los cuales ninguno de los dos tenía conocimiento.
En un intento para evitar se desbordara la reacción de Onagnaz, esa no paró de hacer preguntas atropelladas sobre temas de las tertulias de las tardes pero, la pareja está fuera de su rutina, por lo que no encuentra como zafarse de tener que anunciarles que los avisos del banco habían sido enviados al trabajo.
Según les explicó, la casa, esa casa que juntos habían diseñado, pensado, vivido y recreado, la casa que habían llenado con todas sus hijas, que estaba impregnada de aromas familiares, que olía a flores, a pino, a mandarina, la casa que todos los años pintaban mientras realizaban fiestas con todas sus hijas y algunos familiares de Anier, la casa con pocos adornos que destacaba su belleza y grandes ventanales, la casa-jardín como la llamaban todas sus hijas, la casa, su casa, estaban a punto de perderla.
Por primera vez esa vio a Onagnaz sin la máscara de la abstracción, ni reflexionando ni ensimismado. En cambio, al frente tenía a un hombre sudoroso que interrumpía constantemente, incapaz de encontrar las palabras adecuadas, sin respuestas e incisivo en sus preguntas: «cómo…», «cuánto…», «cuándo…», «por qué…», «cuánto…», «quién…», «cuánto…» exigía respuestas, con Anier a su lado, un poco sorprendida también de que por fin despertara.

Desde su escritorio, esa intentó ejercer el control que le daba el tener la información a través de la pequeña pantalla al frente de su cara. Allí buscó lo que se suponía eran las respuestas al interrogatorio de él.
Desde su escritorio, esa intentó ejercer el control que le daba el tener la información a través de la pequeña pantalla al frente de su cara. Allí buscó lo que se suponía eran las respuestas al interrogatorio de él.
—Para no molestar, con nimiedades… como son temas de créditos pues, todas las notificaciones se le estaban dejando a su dirección de trabajo… —explica, con su tono de voz metálico, ante la insatisfacción de la pareja por sus respuestas poco precisas.
Onagnaz supo que era cierto. En algún momento él había accedido a cambiar la dirección de correspondencia, «por comodidad» le habían dicho. Anier también se dio cuenta que hacía meses que no llegaban cartas a la casa-jardín, de golpe y hasta ahora no había reparado en ello. «Y como el maestro… no las recogía…» continuaba la voz metalizada de esa «y… el compañero que trabaja en el departamento de administración… junto a Milagros…» fue esta la única vez que miró a Anier para ignorarla nuevamente «como él es tan cercano… pues, las recibe y claro se las da a usted maestro que debe haberse despistado y seguro que la tiene en alguna carpeta de su despacho…» explicación que he resumido y simplificado porque fue larga, enredada, difícil de entender e interrumpida por las preguntas de la pareja, a las que esa respondió como dentro de un guión memorizado desde hacía ya mucho tiempo.
En la silla frente a esa, tomado de la mano de Anier, Onagnaz tuvo que reconocer para sí mismo que no había reparado en el hecho de que los papeles del banco son importantes.
Sonrisa de cartón es parte de Malas decisiones
Tienes un blog muy interesante y con buenos relatos. Felicidades, me ha gustado mucho. Te sigo.
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Muchas gracias Juan. Me he pasado por tu blog y también te estoy siguiendo 😁 🐾
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Muchas gracias y feliz Navidad
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