El mandato del Rey de los gatos (relato corto)

La razón por la cual el Rey de los gatos se hizo presente no fue para visitar los centros industriales o urbanos. No, simplemente se presentó allí porque supo que era una de las ciudades más antiguas de ese continente y la tercera más poblada de la región:

Necesita saber en qué situación se encuentran los mininos en esa sucursal del cielo, como escuchó que la llaman.

Camina por sus calles al ritmo de los bongós, el timbal, trombón, bajo, contrabajo y algún que otro instrumento que mueven su cintura y sus patas con un ritmo envolvente, hasta que agotado de tanto baile busca un lugar para descansar. Al divisar a lo lejos al amigo Teddy se dirige a su encuentro. Se sienta cerca de sus patas y comienzan una amena charla.

El Rey le comenta que por toda la ciudad ha visto muchas esculturas que hacen homenajes a varias personas, a objetos, algunos animales: Aves, búho, águila, toro…

—Hasta a ti Teddy, te han hecho un homenaje… quien iba a decirlo: ¡El parque del perro! —Al hablar dibuja una sonrisa, mira el entorno y asiente con la cabeza entre irónico y asombrado. —Y me pregunto ¿Dónde está el respeto por los felinos? ¿Acaso en esta ciudad no existe ninguna consideración por los gatos…? ¿Ninguna adoración?

Terry le hace una seña para que arrime la oreja y al estar más cerca el uno del otro le comenta sobre un artista que al parecer sabe hablar el lenguaje miaus…

—Y además dicen que sus manos son mágicas. —Continúa Teddy y baja la voz. —Según he escuchado, con sólo tocar un objeto él lo transforma.

—¿Es ese que esculpe objetos-mujeres o mujeres-objetos…?

—El mismo. Será interesante que lo conozcas… No tengo su dirección porque él no domina el lenguaje perruno, pero lo he visto alguna que otra vez de paseo por este parque… siempre con gatos a su alrededor.

—Gracias Teddy, algún paisano mío sabrá dónde está. Seguro lo localizo.

Caminó, mientras piensa en esas extrañas figuras de las cuales hablaron y aceleró el paso al escuchar una música con un ritmo más candente. Sin darse cuenta ya estaba en medio de una multitud, muy lejos del parque del perro y de Teddy.

Cuentan en el vecindario que a la mañana siguiente, el artista comentó algo sobre un sueño y pasó todo el día observando los movimientos de todos los felinos. Los dibujó en diferentes posiciones para luego trabajar a escondidas en su taller. Pasado un tiempo se abrió la puerta. Con la curiosidad que los caracteriza, los mininos no habían dejado de husmear por los alrededores del taller y al lograr entrar se quedaron maravillados ante la presencia de una enorme escultura. De inmediato comenzaron a ronronear y el ritmo de la música callejera se fundió con sus cánticos. Los felinos que se encontraban distantes, al escuchar el llamado se acercaron. Al poco tiempo había muchos de ellos en el lugar.

En ese momento el Rey encuentra a un grupo que baila al ritmo del trombón y lo lleva hasta el taller del maestro. Allí vio a un hombre de pequeña estatura, gran ingenio, y como corresponde a todo aquel que sabe el idioma gatuno, un gran corazón. No se supo qué conversaron, pero ya avanzada la noche el Rey y él se despidieron con suaves, pausados y sinuosos juegos.

Al día siguiente el artista cumple con el mandato del Rey de los gatos al donar la escultura a la ciudad y sin perder el ritmo comienza el traslado: Algunos gatos desmontan el tejado, otros se suben unos encima de los otros. Forman una pirámide para elevar a la enorme escultura y sacarla del taller. Con mucho esfuerzo la levantan, hasta lograr colocarla por encima de las paredes de la fachada. Al pasarla al otro lado del edificio, donde otra pirámide de mininos la espera para sostenerla con sus patas, la escultura parece que descendiera del cielo. Los gatos la mantienen en alto mientras caminan en dirección a la Avenida del Río. Van lento pero con ritmo, sin perder el ronroneo colectivo.

El Gato Del Río

Las personas maravilladas se paralizan por breves momentos mientras contemplan cómo la escultura se desplaza como si flotara por los aires. De lejos los felinos no se pueden distinguir, son diminutos puntos y la escultura se ve flotar en el aire envuelta por los ronroneos de todos los que la cargan, como si ese sonido saliera de sus entrañas.

Desde un lugar secreto el Rey de los gatos sonríe con agrado mientras observa cómo, pasado el tiempo, diversos artistas realizan otras esculturas de felinos.

En vista del éxito de los gatos entre los humanos, los diferentes representantes de los otros animales contactan con artistas, a través de sueños o con mensajes subliminales para que realicen obras que también los representen y les rindan homenajes, pero esto… es otro cuento.


La lectura del relato Mi bestiario, de Guillermo Gamba me sirvió de inspiración para escribir este cuento. Aquí hago referencia a la obra del artista colombiano Hernando Tejada, sin ánimos de realizar una narrativa biográfica y como ilustración utilizo sus obras ya que ellas son la razón del mismo.



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6 comentarios en “El mandato del Rey de los gatos (relato corto)

  1. Que grato este asunto del gato de Hernando Tejada y las gatas que seleccionaron en un concursos al que concurrieron los artistas para ofrendarle una novia al gato. En la ronda junto al río Cali, rondan todas esas gatas y los sueños caleños.

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