Cuentan que hace más de quince millones de años los dioses desearon comer una fruta diferente a las que ya habían probado. Tomaron una piedra redonda y la colocaron sobre un pedestal para transformarla en un fruto muy grande.
Cómo no se ponían de acuerdo en los atributos que debía tener, a medida que apetecían algo lo añadían al pedrusco y de esa manera se modificaba. Cogieron agua del manantial divino y la depositaron en su interior, también alojaron sales minerales, fibras y su valor calórico se convirtió en el más alto de todas las frutas. Como algunos querían que la pulpa fuera dura y otros la preferían suave, se le concedió el don para que conservara las dos características, según su grado de madurez. Además, le añadieron un delicioso aroma y un sabor intenso, agradable.

Mientras estos acontecimientos ocurrían en un lugar que ya nadie recuerda, en otros sitios se tejía una leyenda sobre un fantasmagórico y terrible ser que se llevaba a los niños que no se iban a dormir temprano. Lo llamaban Coco. No tenía forma ni cara, pero todos estaban de acuerdo que era terrorífico y malvado.
Los dioses continuaban en su discusión, sin embargo estuvieron de acuerdo en conservar la cáscara dura para que, al caer, no se derramara el agua de su interior. Al darle un color a la fruta volvieron los desacuerdos. Algunos la pintaron de naranja, de inmediato otros pusieron el azul. También hubo quien la pintó de púrpura y luego otro le puso amarillo. Con el calor de la polémica no faltó el dios que mezcló el amarillo con el azul, surgió el verde y un tercero le añadió rojo. Uno de los dioses que contemplaba la escena notó que como resultado de todas esas mezclas daba el mismo color, con diferentes tonalidades. Les pidió que observaran y maravillados dejaron de discutir. La fruta quedó con el último marrón que habían elaborado, aun así les pareció que faltaba algo para hacerla más divertida. Entonces la adornaron con algunas hebras de sus cabellos y marcaron tres agujeros.
Los humanos adultos continuaban causándole sustos a sus hijos con el cuento del Coco. Les cantaban canciones para arrullarlos con la amenaza de que, de no dormirse pronto el coco vendría. Los niños aterrados se iban temprano a la cama y con esas coplas alimentaron sus sueños hasta llenarse de pesadillas, algunos cerraban sus ojos muy fuerte y pensaban en algo más grato para no soñar con ese ser maligno que acechaba por las noches. A pesar del temor de los infantes algunos adultos alababan la acción del Coco. Escribieron canciones y poemas llenas de palabras amables que explicaban a los niños que de no dormir pronto el Coco vendría, se los comería, se los llevaría o les robaría la cuna. Al caer la noche no se escuchaban las voces infantiles que alegraron las horas de sol.
Ajenos a estos cuentos los dioses ya tenían lista la fruta, tan solo le faltaba un árbol igual de alegre en donde ella pudiera brotar. Todos estuvieron de acuerdo en hacerlo muy alto para poder tomar sus frutos desde el cielo. Lo diseñaron rápido, con un tallo grueso en la base que se hace más delgado a medida que alcanza altura y al final lo coronaron con hojas de hasta cinco metros de largo que le caían a los lados como una cabellera para que el viento la despeinara.

Muy contentos con su creación les pidieron a unos pocos humanos que plantaran el árbol. Se cuenta un rey hizo con ellos un jardín de veinticinco kilómetros de longitud. Lo curioso es que el nombre de ese árbol y su fruta tan solo la conocían los dioses y los pocos humanos que sabían de su existencia hasta entonces.
Pasaron muchos, muchos años en donde todos compartieron el placer de saborear esa fruta e inventaron diferentes formas de comerla. Hasta hubo quien utilizó la cáscara como envase para servir bebidas o comida y a los dioses les agradó esa idea de que muchas de las ofrendan que les hacían fueran depositadas en esos cuencos.
Transcurrieron años, incluso siglos, hasta que las personas de un lugar y otro se encontraron. Las personas y sus historias sobre el Coco llegaron a tierras desconocidas, se encontraron con un paisaje diferente repleto de árboles altos con hojas despeinadas por el viento. Conocieron la fruta de los dioses. Maravillados por su sabor la llevaron con ellos al volver a sus dominios. Cuando la dieron a conocer a sus paisanos, éstos no compartieron la admiración por ese fruto. Se asustaron por su color y textura.
—Tiene líquido adentro —dijeron impresionados
—Sí, es agua que se puede beber —respondieron los viajeros.
Aun así la dejaron caer al suelo. La fruta no se rompió, simplemente rodó y al detenerse hubo un grito con muchas voces:

—Tiene ojos y una boca —dijeron
—Son solo tres agujeros —respondieron los viajantes.
—¡Es el Coco! —Gritaron otros con temor.
Desde entonces a esa fruta exótica se le llamó Coco, su verdadero nombre quedó perdido en la memoria de todos. Los dioses no se molestaron en desmentir la conexión entre su divina fruta y el monstruo imaginario de los humanos. Comentaron: «Después de todo su imaginación hace realidad algunas entidades». Con esto en mente decidieron no ahondar, ni cuestionar la existencia de ciertas creencias humanas, ni su necesidad de percibir rostros en vegetales y cosas. Así que no revelaron el verdadero nombre de la fruta, ni tampoco informaron cómo comerla. Recordaron que los humanos y los dioses son creaciones a imagen y semejanza de ellos mismos.
Con los siglos los dioses se silenciaron, el miedo por el Coco quedó como un cuento infantil en desuso y la fruta pasó a ser aquella a la que pocos saben abrir o extraer el agua, por lo que hay que obtenerla a manera de un producto final, empaquetado y debidamente conservado en sus variantes: rayado, pelado, deshidratado, para que todos lo pueden saborear.
Se dice que aún quedan unos cuantos afortunados que saben de sus secretos y se atreven a subir por los cocoteros para buscar la fruta y saben comerlo como lo hacían los antiguos dioses.
Me encantan las ilustraciones 💞 (y el relato 😉)
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Hola Valentina, Gracias por el comentario 😍 Me alegra te hayan gustado. Un abrazo 🐾
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Pues andamos entre cocos 🙂 Sea como sea, si uno te cae cerca, el susto no te lo quita nadie y no te digo nada si te da 🙂 Lo del otro, no lo recuerdo, la verdad.
Un beso enorme, Rosa.
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Hola magadeqamar. Pobre fruta que por ser tan exótica, de perder, perdió hasta su origen y nombre. En relación al ser maligno que se lleva (o se come) a los niños, hasta García Lorca escribió: «La fuerza mágica del Coco es precisamente su desdibujo. Nunca puede aparecer aunque ronde las habitaciones. Y lo delicioso es que sigue desdibujado para todos». En cuanto a las canciones de cuna hay varias versiones, desde Juan Caxés: «Ea, niña de mis ojos, duerma y sosiegue, que a la fe venga el coco si no se duerme», hasta la versión popular más conocida: «Duérmete niño, duérmete ya, que viene el coco y te comerá (te llevará)». Un abrazo 🐾
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¡Qué maravilla, Rosa!
Conocía la historia real del fruto, gracias al libro «El Visitante» de Stephen King, y después investigando yo un poquito por mi cuenta. Pero la forma en que la cuentas tú me encanta.
Me recuerda a esas fábulas antiguas que me contaban de niño y que, a veces daba risa y a veces susto. 😜😝
Felicidades por el relato y gracias por enseñarnos estas historias/leyendas al mismo tiempo que disfrutamos de tus cuentos.
Un abrazo. 🤗😊👍🏻
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Gracias por tan hermosas palabras JascNet 😍 Me alegraste la tarde. Un abrazo 🐾
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