Planilla 208  (relato corto)

Con los auriculares puestos escucha música, mientras se desplaza por el autobús y busca dónde sentarse. Disimuladamente mira sus mocasines, comprueba que están limpios, en realidad eran de su hermano y por eso siente los dedos atrapados, agarrotados.

A través de los vidrios de las ventanas percibió su reflejo. La ropa era vieja, pero se veía bien. Limpia y planchada no aparentaban sus años de uso. Pronto podría comprarse otra y con suerte un par de zapatos, ya que por fin había encontrado trabajo. Aunque el sueldo base era poco, había decidido centrarse en las atractivas comisiones por objetivos cumplidos. Piensa en ello y olvida la molestia de los dedos en los pies. Al compás de la música repasa lo que tenía que hacer una y otra y otra vez y así entre música y conversaciones imaginarias llegó a su destino.

Caminó despacio, un poco perdido, pero sin perder la compostura en una lucha interna con la molestia de sus dedos. Al entrar saludó a los que se encontró a su paso, éstos respondieron con amabilidad aunque andaban apurados por llegar a tiempo a sus respectivos puestos.

El supervisor salió en su ayuda y con voz, también amable, le indicó su puesto. Sin perder tiempo se sentó, con sigilo deslizó los pies fuera de los zapatos para estirar los dedos, arregló su espacio y se dispuso a poner en práctica todo lo ensayado.

Con los pies en equilibrio, apoyados en los dedos para no dañar la parte de atrás de los mocasines, estaba absorto en el trabajo. Una voz  nasal, estrepitosa, lo asustó. Automáticamente se volteó y con asombro se dio cuenta que era el supervisor aunque su voz no correspondía con la misma que había escuchado antes. Por un momento esto lo desconcertó. Observó cómo éste caminó detrás de la fila de agentes, repetía frases por todos conocidas con la intención de «inyectar entusiasmo». Su voz distorsionada interfiere con las de los clientes y crea una maraña de sonidos en sus oídos. Ante su visible nerviosismo los más veteranos, entre señas y en voz baja, le aconsejan no darle importancia. 

Su jornada transcurrió a duras penas, en su mente se mezclaban los «ánimos», su propia conversación, la lucha con el ordenador que dejaba la pantalla en blanco o se ponía negra y el creciente malestar de los dedos agarrotados mientras hacía equilibrio con el pie. Terminó el día aturdido.

Pasados unos días se sintió un poco más seguro de su discurso ante los clientes y su manejo de las aplicaciones, que no eran pocas. También resultaron más cómodos los zapatos de su hermano que, poco a poco, se acoplaron a sus pies. Con sus compañeros, a media mañana, llegó a conversar sobre el tráfico. Con tranquilidad se unió a las bromas hacia aquel que había llegado tarde a su hora de entrada en algún momento del mes.

Un día, luego de la bromas de rigor y antes de salir corriendo nuevamente a sus puestos, escuchó sobre una planilla 2-08 que debía llenarse para completar las órdenes de las ventas. Llegó a su puesto, buscó la planilla 2-08 y ¡zas! hizo clic sobre ella en cada venta.

Desfilaron las semanas hasta que por fin llegó el día de cobro. Desde muy temprano de esa mañana las listas de las compras y facturas dieron vueltas en su cabeza al compás de la música de los auriculares. Ya en la parada de autobús revisó la app del banco. Al ver el ingreso se quedó en una pieza, la música dejó de sonar, no habían comisiones.

Al llegar, lo primero que hizo fue hablar con el supervisor. Este lo escuchó con mucha amabilidad mostrándole el balance del mes: No había ningún error. Ante sus quejas, el supervisor le pidió que mostrara cómo cerraba las ventas. Luego lanzó un grito, los llamó a todos para que vieran ese error que, según dijo, lo cometen muchos. Con voz nasal volvió para gritar al borde de la histeria: «Al llenar la planilla 2-08 deben llamarme para que yo la empareje con la 3-18 o con la PD-42».

Con la rabia contenida pidió explicaciones sobre el por qué no lo había dicho antes y escuchó a la voz nasal decir, con cierto regocijo:

—Ustedes no pueden acceder a la 3-18 ni a la PD-42. Tienen que llamarme para que yo la active, si no me llaman, la venta pasa directa y el récord de ustedes no se actualiza… Esto lo he repetido hasta el cansancio, pero no, ustedes no prestan atención ¡solo vienen aquí a pasar el rato!

Con la mirada vacía, desesperanzada, perdida entre tantos empleados, lentamente se fue a su puesto. Se sentó y pensó ¿cómo hará el supervisor para atendernos a todos en cada venta?, pero bueno, ese no es mi problema. «Problema de él» se auto convenció.

Rápidamente buscó la planilla 2-08 y sin perder de vista al supervisor, comenzó su trabajo decidido a cobrar comisiones el próximo mes.




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