Al llegar a su casa encuentra a su hermano menor en el salón. Le pide que llame al resto de la familia. Tiene una noticia muy significativa para ella, que desea anunciar y compartir.
Carmen M. Sosa además de tímida es una mujer educada. Le molesta hablar en voz alta y llamar a gritos a otros, por eso le pide ese pequeño favor a su hermano. Él tiene la capacidad de comunicarse a través de alaridos.
El hermano menor llama a sus padres con todas las fuerzas de sus 16 años, sin despegar sus posaderas del sofá ni separar los ojos del televisor, que cuelga en la pared cual obra de museo. También a gritos avisó a Carmen que el mayor no está en la casa. A ella le aturden sus chillidos, pero los soporta esta vez porque desea compartir su buena nueva.
Los padres acuden con prisas al llamado del niño. Carmen los saluda y sin saber muy bien por dónde empezar intenta dar la buena noticia, pero la puerta principal de la casa se abre de golpe.
Igual a un torbellino se escucha la voz excitada del hermano mayor. Entra a la casa con palabras de agradecimiento hacia la vida:
—¡No me lo creo! Recién lo conozco y ha prometido ¡hacer lo imposible para que consiga una entrevista de trabajo en su centro! —dice antes de deshacerse en halagos para su nuevo amigo. Explica que lo conoció mientras tomaba café en el local cercano a la casa. —Estaba yo tan tranquilo en la barra del café, con los ojos en la app de buscar empleo, justo actualizaba la hoja de vida cuando él me empezó hablar y bueno una cosa llevó a la otra… —Y así se explaya en dar todos los detalles de la conversación con ese recién conocido, que ya es su amigo de confianza.
Todos lo felicitan, Carmen incluida, pero los padres se vuelcan en preguntas. La familia se sumerge en fantasear sobre el triunfo que va a tener en ese empleo. Carmen piensa que ya es hora de que se comporte como un adulto. Tiene dos años de graduado y eso de tomarse “unas breves vacaciones” le ha llevado mucho tiempo, pero no dice nada solo espera su turno de dar noticias. De pronto la conversación empieza a decaer y la madre recuerda por qué están reunidos en el salón:
—Y tu Carmen ¿Qué querías contarnos? —dice con inseguridad en su voz.
—¡Me han dado el trabajo! —exclama Carmen toda sonriente, contagiada por la euforia del momento y sin esconder su propia excitación, pero con una voz tan suave que contrasta con sus ojos brillantes de contento. Es un triunfo que desea saborear y compartir.
La familia la mira en silencio, deseosa de los detalles. Ella se queda muda, espera las preguntas tal y como acaba de ocurrir cuando habló el hermano mayor. Todos la miran, pero Carmen no sabe a quién mirar ni qué decir. Luego de ese incómodo instante continúan especulando sobre el éxito que va a tener su hermano, a raíz de esa futura entrevista. Con tristeza Carmen solo atina a meter su mano en el bolsillo, toca su nuevo amuleto de la suerte y sale de la casa. Aunque es de noche, camina hacia el café en donde ella merienda de manera habitual, necesita comer aquella tarta.
A la mañana siguiente se levanta temprano. Su mente agrupa nuevas ilusiones mientras se dirige a lo que será un gran día. El autobús llega repleto y con retraso. Al subir se mueve con cuidado para no tropezar con el resto de las personas. Introduce la mano libre en el bolsillo del abrigo y comprueba que tiene la servilleta de la suerte, así que nada puede torcerse.
Llega a su destino, se baja del autobús, saca la mano del bolsillo y comienza a caminar con pasos que parecen seguros. En la oficina observa que todos se saludan con afecto. Se encuentra feliz de pertenecer a un grupo que percibe como personas inteligentes y ocupadas, se imagina que también así lucirían los integrantes del grupo Vida Próspera en la vida real.
Al concluir el entrenamiento general se indica el lugar que deben ocupar los nuevos dentro del laberinto de sillas y ordenadores. De inmediato alguien se acerca a cada uno para explicar con detalles las actividades que deben realizar. Llega el turno de Carmen. Escucha atenta, asiente con la cabeza en señal de comprender las indicaciones. Ese individuo la deja sola para que realice el trabajo y le ofrece ayuda ante cualquier duda.
Carmen se dispone a trabajar. Enciende el ordenador, mira con atención al monitor y este es asaltado con las imágenes de la tarde anterior: su familia reunida alrededor del hermano mayor, sus miradas silenciosas. Duda, cree que sus nuevos compañeros también pueden contemplar lo que ella ve en el monitor de la empresa. Se bloquea, de nuevo apaga y enciende el ordenador, el monitor. Necesita recobrar la seguridad así que busca, con la mano, en el bolsillo del abrigo.
El corazón se paraliza, un frío recorre su cuerpo al no encontrar la servilleta-amuleto. Frenética revisa en todos los bolsillos y como una imagen lenta y nefasta la ve caer al suelo cuando sacó la mano del bolsillo al bajar del autobús. Palidece, permanece inmóvil en su nuevo puesto de trabajo. Mira atenta a su alrededor mientras la mente entra en bucle: contempla cómo cae la servilleta una y otra vez.
Trata de ejecutar el trabajo que le han indicado sin apartar de su mente esa imagen que va y viene, como un mal presagio, para disipar sus ilusiones.