Desde la ventana de su habitación se dibuja un amanecer con muchas nubes. En la casa se respira la rutina: aroma de café recién hecho, sonidos de platos, de tazas, mezclados con aires de amabilidad, de frases entrecortadas dichas entre los integrantes de la familia
Al levantarse, el único cambio que percibe es el no tener a dónde ir esa mañana. No le dijo nada a la familia al llegar la tarde anterior y ahora, envuelta en las sábanas, lucha por decidir si decirlo o no.
La rabia la invade al recordar el nulo entusiasmo que mostraron cuando, ilusionada, contó la gran noticia y ahora que se transformó en algo negativo no ve por qué debe explicarlo. Sabe que al enterarse del mal momento que vive le van a prestar atención, siempre ha sido así, luego servirá para alimentar burlas o tal vez crear algún nuevo chiste sobre ella, pero en esta oportunidad no está dispuesta a seguirles el juego. Para callar sus propios pensamientos y no despertar sospechas en la familia, decide vestirse y salir como si nada hubiese pasado. «Nadie en la casa tiene que saber lo que me ocurre» pensó al dirigirse fuera de la habitación.
Sus hermanos sueltan una risotada muy sonora al contemplar su aspecto. Califican su ropa como disfraz de oficinista. Ella responde algo que nadie escucha.
—Con esa vocecita no vas a poder atender a muchos clientes — dice el hermano menor entre risas. Ante la sonrisa mal disimulada del padre y la abierta simpatía de la madre, los hermanos continúan sus burlas e imitan su voz y posturas en lo que suponen es la actividad de su trabajo.
Ella ya no escucha. Su mente está aún en el día anterior. Revive la trasformación en piedra de aquel rostro que la había recibido amablemente, la voz que le dio instrucciones en tono suave se volvió seco al llamarla aparte para decir: “Lo siento, pero no cumples con el perfil que buscamos. No superas el período de prueba.” Se vio a sí misma asentir con la cabeza para darle la razón a esas palabras. Recordó el deseo de salir rápido de allí y buscar el amuleto perdido. El cómo había vuelto sobre sus pasos, buscado con la mirada y cómo todo fue en vano. El día se había llenado de altibajos que evitaron que se concentrase en lo que tenía que hacer. Estaba en silencio sin el trabajo que logró y perdió gracias a su servilleta de la suerte.
La voz de la madre retumba como un llamado al presente:
—¿No tienes ni un día y ya vas a llegar tarde? Anda ¡vete ya! que eres muy lenta al caminar, te va a dejar el autobús y tu padre no te puede llevar, lo sabes —continúa la madre, quien no sirvió tostada ni café para ella. —Ya tomarás algo por allí, llévate unas monedas de la mesita.
Se dispuso a salir, al llegar a la puerta miró su reflejo en el espejo que está en la entrada y notó en su rostro un rictus que antes no había percibido. Esas marcas cerca de sus labios no deberían estar allí. La imagen que proyecta de vuelta aquel cristal no le gustó, es muy joven para tener una expresión tan rígida, así que, se esfuerza en dibujar una sonrisa y los hermanos, que están atentos a sus movimientos, sueltan una carcajada por lo que sale despavorida.