Esa mañana tuvimos que atender una llamada de auxilio que nos condujo hasta un tejado cercano a nuestro nuevo hogar. Al llegar, el ruido era un tormento. Las ondas a diferentes frecuencias, descontroladas, hicieron muy complicada la comunicación. Además nos aturdieron los gritos de humanos excitados que señalaban, miraban y apuntaban con sus rectángulos con lucecitas rojas hacia lo alto.

Un conjunto de personas, más calmadas, con mallas en los rostros, grandes trajes y manos cubiertas con guantes, armados con palos muy largos encendidos en llamas se enfrentaban con los habitantes de ese asentamiento. Calentaron hasta extremos insoportables su morada, de allí la petición de socorro.

Fueron muchos los que desde el interior de la morada, al tratar de encontrar la salida se les quebraron las alas, las patas y con terribles dolores agonizaron. Fueron muchos más los que no lograron reaccionar a tiempo, no lograron escapar y murieron abrasados por las llamas. Aunque el ataque fue rápido y preciso sus muertes fueron lentas y dolorosas.

Los que vestían con trajes especiales gritaban a otras personas para prevenirles de posibles ataques por parte de mis semejantes. Los pocos de los míos que consiguieron sobrevolar por encima del desastre, con la intención de alejarse, sintieron el fuego en sus cuerpos. Quedaron asfixiados, lesionados, descoordinados, sin más rumbo que el choque con el pavimento. No los pudimos ayudar.

La muerte nos dio unos minutos para intercambiar información antes de que, inevitablemente, se marcharan con ella en un último vuelo. Supimos que los que llegaron de sus labores matutinas se habían visto afectados por el humo y las ondas de sonidos a diferentes frecuencias. Al ser sorprendidos por el ataque a pocos metros de su morada, perdieron el rumbo de sus vuelos, cayeron al suelo sin saber cómo habían muerto, cómo habían sido destruidos.

Todavía estoy agradecida con el viento por apaciguar todo lo que pudo aquel humo negro, aunque no se pudo llevar el olor de los cadáveres. En el lugar de la colmena solo quedó la desolación, muchas horas de trabajo perdidas en la construcción, perdidos también los alimentos que ya no nutrirán a las pequeñas ninfas.

Llegué a ver cómo los humanos despreocupados y entre risas, al guardar sus armas, daban su labor por terminada. Descubrieron sus manos y dejaron ver sus grandes accesorios, mostraron sus rostros desnudos antes de enmascarar su mirada con cristales azules, se quitaron los grandes trajes antes de entrar al vehículo y desaparecer entre los aplausos y gritos frenéticos de los que se quedaron para regodearse con la escena.

Nos preguntamos por qué teníamos que tener este final. Toda nuestra vida de trabajo y disfrute para terminar en una bolsa que los humanos satisfechos introdujeron en un habitáculo sin ningún respeto, como si de seres apestados se tratara.

Con un gran esfuerzo de parte de los escasos sobrevivientes, logramos llegar a nuestro asentamiento. Según escuché nos venía bien más población, la nuestra mermaba por razones que no conocíamos, se habló sobre la posibilidad de comenzar el proceso de crear otras reinas, otros muchos refugios diferentes. Al volver el orden algunas salimos al encuentro con el viento para organizar las ideas.

Incidente es parte de Malas decisiones

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