Al morir el cuarto sol las divinidades de los cielos convocaron una reunión para encontrar al quinto. Asistieron personas, animales y otras deidades. Entre ellas las consideradas como los dioses menores.
Alrededor de la fogata para sacrificios, los dioses que presidían la reunión se fijaron en dos de los asistentes: Tecuciztécatl, un dios cobarde, aunque orgulloso y Nanahuatzin, un dios noble, pero muy pobre. Los señalaron como candidatos:
—Tecuciztécatl y Nanahuatzin si quieren ser el quinto sol deben sacrificarse en la pira.

Tecuciztécatl no dudó, pero el dolor que le produjo el fuego fue tan intenso que salió al poco tiempo. El suplicio lo obligó a moverse con desespero entre los presentes, su cuerpo desprendía humo con olor a chamuscado. Se tropezó con un jaguar que se desplazó al sentir el calor. Con la rapidez que lo caracteriza y sus grandes garras logró aplacar las pequeñas llamas que se reprodujeron por su musculosa figura. Los dioses que presidían la reunión decidieron que debía dejarlas dibujadas en su piel para que esas manchas les recordara a las generaciones futuras esa noche.
Nanahuatzin contempló la actitud cobarde de Tecuciztécatl y con paso solemne se metió en la pira. De inmediato una chispa celeste se elevó a los cielos que lo iluminó con la fuerza propia del quinto sol.
Los presentes miraron extasiados cómo la noche se transformaba con esa luz radiante del día, solo Tecuciztécatl sintió envidia, así que sin pensarlo, rápido y decidido se metió de nuevo en la pira. Aguantó con valentía el dolor y una nueva chispa se alzó al cielo. Apareció un segundo quinto sol.
Las deidades que presidían la reunión anunciaron que no podía haber dos quintos soles y los dioses menores se enfrentaron a Tecuciztécatl en una lucha mortal. Nanahuatzin se mantuvo al margen de la batalla, permaneció en silencio.
Uno de los dioses menores arrojó un conejo al pecho de Tecuciztécatl, le atravesó el corazón y con esto logró derribarlo. Su luz de quinto sol se apagó al morir, pero de inmediato se elevó al cielo convertido en la luna. Desde entonces, en algunas noches de luna llena se ve reflejada en ella la silueta de un conejo.
Nanahuatzin fue único quinto sol y cambió su nombre a Tonatiuh. Tecuciztécatl no dejó de observarlo y la envidia creció en su ser porque no quería ser adorado como la luna. Considera que él tiene que ser el quinto sol y todas las noches se enfrenta a Tonatiuh para arrebatarle su reinado. Sus luchas son feroces. Al amanecer el dios Tonatiuh se asoma con sus luces apagadas por la fatiga de esas peleas, necesita alimentarse para recuperar sus fuerzas por lo que demanda sacrificios a los humanos: deben entregar el corazón de dos personas cada mañana.
Para asegurar que se cumplirá su mandato amenaza con moverse a través de las nubes hasta perderse en la inmensidad del cielo, dejar sin su luz a la tierra y a todos sus habitantes. A cambio Tonatiuh se compromete, además de iluminar durante el día, a controlar el viento, la lluvia, la sequía, la inundación, el fuego.
Ante el cumplimiento de la ofrenda y las muestras de afecto Tonatiuh se mostró generoso. Entre otras muchas cosas permitió que todo aquel ser que lo deseara lo estudiara, viera sus movimientos. Las personas fascinadas con tanto esplendor realizaron un calendario solar que les orientó y les sirvió de guía por muchos, muchos años, las abejas también lo tomaron para orientarse en su búsqueda de polen y así muchos otros seres se beneficiaron. Son varias las anécdotas sobre los gestos de bondad del quinto sol.
Cuentan que una pareja subía todas las tardes a lo alto de una montaña para ofrecerle flores y él las tomaba agradecido. Luego de unos meses, no volvieron. Tonatiuh investigó y supo que el hombre murió en una guerra y su amada quedó con el corazón destrozado.
Para que los amantes se reunieran, Tonatiuh lo resucitó a él en Colibrí y a la mujer en Cempasúchil, la flor del Día de los Muertos.

El quinto sol no ha dejado de luchar con la luna y sigue con su brillo cada día, aunque varias de las concesiones que hizo en un principio ya no las disfrutamos. Su observación ya no es novedad. De vez en cuando recuerda su amenaza de dejar a oscuras al planeta. Por este motivo, con precisión y a espaldas de la mayoría, recibe su ofrenda desde algún lugar secreto. Los encargados de alimentarlo entregan en su ritual de adoración y de forma simbólica dos corazones humanos que se funden con la densidad de su calor.
Versión muy libre de la leyenda mesoamericana del Quinto Sol, que se refiere a la creación del mundo, el universo y la humanidad.
Ok. Princesa.
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