Cansadas nos fuimos a dormir. Las sombras que se movían en los párpados de Anier pasaron a los míos y luego a los de todas sus hijas. Una voz varonil con excelente pronunciación nos envolvió, sus matices entraron con rapidez a través de los oídos de todas nosotras.
El agradable abrigo de seda especial con la que habíamos sido arropadas se transformó bruscamente en un tejido grueso y viscoso. La intuición de un posible destino se nos presentó en un sueño compartido.
Nos encontrábamos en un lugar repleto de múltiples habitaciones con entradas y salidas en distintos lugares, con calles muy parecidas que se entrecruzaban, no sabíamos si seguíamos el camino correcto o el incorrecto.
Nos descubrirnos en una maraña de relatos confusos, sin contexto, ni lógica, una combinación de las historias de la humanidad, sus creencias, miedos, mitos, leyendas… él las entrelaza, señala algunos aspectos marcados como negativos, exalta otros como positivos. Discursos preparados por Los Ojos y pronunciados con el agradable tono de La sombra.

Luego de recorrer muchos pasillos y abrir y cerrar puertas nos acostumbramos a la voz con frases distorsionadas, ruidosas. Nos dimos cuenta de que fuese cual fuese la puerta que se abriera y la historia que se contara allí, las fases eran las mismas. Solo cambia el matiz del tono, el color, los adornos.
Una y otra vez las mismas frases. Llegaron a sonar divertidas algunas veces, pero otras resultaron aterradoras. En alguna parte del recorrido la voz era baja, distante, tanto que hubo que estirar el cuello para oírla. En otros se escuchaba tan cerca que casi se pudo sentir el roce en la punta de la oreja. Seguíamos juntas, cada una en su cuerpo.
Nos resultó difícil orientarnos, cansadas buscamos la salida. De un momento a otro, la voz se silenció y nos quedamos solas sin saber qué hacer, hacia dónde ir, qué pensar, qué sentir, confundidas. De pronto, la voz volvió convertida en látigo. Exigió confianza en su capacidad «para ver las fallas que hay dentro de cada ser y para saber cómo corregirlas». Dio instrucciones imprecisas para que volviéramos sobre nuestros pasos. Nos hizo abrir y cerrar las historias que ya habíamos recorrido, nos enseñó cómo atravesarlas, qué mirar en ellas. La vergüenza que sentimos por ser tan soberbias, por creernos conocedoras de nuestros límites, por no reconocer que solo esa voz sabría que debíamos hacer para corregirnos, se sumó al miedo. Nos dejamos llevar presas de la inseguridad que dominó nuestra voluntad. La voz nos sumergió en un estado de excitación frenética. Nos hizo obedecer. Exigió que conociéramos su modelo de vida cómo válida y la adoptáramos gustosamente, que estuviésemos dispuestas a buscar a otras personas confundidas en sus propias dificultades para que fuesen fácilmente atraídas por su torcida elocuencia y asumieran su criterio como la verdad.
Nos paralizamos. Uno de los muros nos mostró los respectivos nacimientos de las hijas de Anier, luego sin transición, las vimos envejecer antes de que el muro se trasformara en pasillo. Nuestros rostros comenzaron a desvanecerse al mismo tiempo que nuestras vestiduras se igualaron, incluso mis colores. Volé bajo, en círculo, al igual que ellas caminaron en círculos y dejaron oscuras huellas azuladas como fragmentos viscosos de hilos de seda especial. Nos tropezamos unas con otras al recorrer ese pasillo que se abrió del muro, construido con temores y el poder de éstos al ser compartidos.
La voz nos guió hasta una puerta y nos hizo entrar. Llegamos a mi mundo en la colmena. Al entrar nos detuvimos ante una imagen: Estaba allí cabeza abajo comiéndome mi celda para salir. No lo pude soportar y lancé un sonido de batalla que fue silenciado por una sombra al golpearnos con tanta fuerza que nuestros cuerpos cayeron vertiginosamente hacia un vacío que parecía no tener fin.
Cuando por fin tocamos fondo, nuestros ojos quedaron enmarcados con cristales de marcos azules, después todo desapareció. Estamos de nuevo en los pasadizos del laberinto. Caminamos en círculos, reímos, lloramos, vamos descoordinadas, exageradas, mientras nos acostumbramos a la visión a través de los cristales.
De repente surgen otras personas. Tampoco tiene rostros, solo los cristales enmarcados en azul en lugar de sus propios ojos. Son guiadas por una sombra gigantesca con cabeza de animal salvaje, enfurecido, fuerte y demoledor, que cada uno interpretó de forma diferente: un toro, un caballo, un búfalo, una pantera…
Su par de ojos brillantes son ahora la única fuente de luz. Los hilos de luz azul intenso y brillante que salen de los ojos marcan el camino hacia un nuevo pasillo. Nos unimos a ellos en su recorrido.
Seguimos a la sombra gigantesca, a la luz de sus ojos que no deja de avanzar y brillar. Sin embargo, la separaba en millones de sombras pequeñas, adquiere formas imaginables, se une imprevisiblemente para formar otras figuras nuevas, una, muchas, pocas, múltiples. Casi enloquecimos intentado descifrarla, pero muta sin explicación ni patrón. Pronto nos cansamos de pensar y para evitar sobresaltos y la sorpresa de sus cambios, empezamos a dejarnos llevar. A no querer entender, ni anticiparnos. A medida que avanzamos nuestra confianza iba en aumento. Se confirmaban las predicciones de la voz, todo estaba siendo más fácil desde que dejamos de pensar, desde que nos dejamos llevar. El miedo estaba allí, pero nosotras también, lo compartimos para alimentarlo y nos sentimos incapaces de llegar a nuestros límites, estuvimos dispuestas a que nos dijeran cuáles eran.
La luz y las sombras nos llevaron hasta una portezuela. Allí se detuvieron. Las sombras en sus diferentes mutaciones la abrieron y empujaron algunos para obligarlos a entrar, otros solo siguieron la inercia de su propio movimiento para atravesarla. Al llegar nuestro turno se nos presentó Onagnaz para tratar de impedir nuestro pase.

Su presencia fue opacada por la voz que reapareció cargada de órdenes concretas acerca de cómo desplazarnos para esquivar a Onagnaz, qué sentir ante él, qué pensar sobre él… Intercaló sus dictámenes con palabras amables que pedían pasividad ante sus órdenes. Nos aseguró que con el tiempo nos acostumbraríamos, que todo sería más fácil, que nos quitaba la gran carga de tener que elegir qué vida vivir. El autor de ese mundo que nos describía con detalle, sabría elegir para cada una de nosotras una vida próspera, esa que nos esperaba al caminar de su mano. Él nos guiaría siempre que se sintiera seguro de haber logrado nuestra fidelidad. Luego la voz volvió a darle paso a las sombras, que se unificaron para formar un ser, tan grande, que todo quedó en penumbras. Los hilos de luz apuntaban hacia la portezuela, solo había que seguirlos para salir del laberinto de nuestras vidas. Onagnaz seguía allí, mudo y decidido a impedir que avanzáramos hacia ella.
Nuestros temores estaban listos para elaborar hebras con las que edificar un nido y quedarnos ante esa portezuela eternamente. Una bocanada de humo nos traspasó, nos dejó con la pestilencia de los que no tienen consciencia de sus cuerpos vacíos.
Sentimos el viento. Suave quiso despertarnos, aliviarnos con refrescantes olores. Empezó a envolvernos. Nos mostró cómo Onagnaz se convirtió en un guardián exclusivo para nosotras de aquella portezuela, un recordatorio de lo que no deberíamos hacer, de cómo no deberíamos malgastar nuestras vidas en una espiral parecida a la suya. El viento sopló fuerte hasta que nos despertó.
Extracto de Día, noche capítulo de Malas decisiones
Hola Rosa
Qué cúmulo de sensaciones, sentimientos y experiencias acumulas en este extracto. Creas una vorágine con todos que nos acerca a los protagonista con esas frases precisas, cortas y precipitadas. Una perfecta simbiosis entre contenido y continente.
Un fuerte abrazo 🙂
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Hola Miguel, me alegro te haya gustado el extracto del episodio de la novela que relata un sueño. 😍 Me costó escribirlo porque los sueños suelen ser un poco locos 😁 y los de la protagonista lo es más porque lo comparte con la narradora que es una abeja (Apis ) 😁Un abrazo 🐾
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