El traje (relato corto)

Entra a su casa y las acostumbras letanías dan la bienvenida. Al igual que cada noche repiten sus cargas de frustraciones, fracasos y culpas. Como autómata continúa con pasos intermitentes por el pasillo, busca un lugar solitario en donde pueda evadir las voces que colman el espacio con infinitos reclamos absurdos. Piensa «debo llegar al baño, cerrar la puerta»

Con movimientos entrecortados llega a colocar la mano sobre el pomo de la puerta del único cuarto de baño que hay en la casa, pero las voces se alzan y le impiden entrar. Gritan frases que hacen que se active su memoria. Recuerdos de palabras que se trasformaron en golpes y que luego se volvieron manos fuertes sobre sus carnes infantiles. Esas frases sacaron a la luz de su mente imágenes de un pasado que creía lejano. Devolvieron al presente aquellas palizas que pretendían enseñarle a no ser débil y aguantar las circunstancias con estoicismo y buena cara. Su mente volvió a llenarse de una única pregunta para esas voces: ¿por qué me hacen esto? pero una vez más sus labios no se movieron para que las palabras salieran de su garganta, así que no hubo pregunta y por lo tanto nadie respondió.

Durante la niñez las enseñanzas entraron vertiginosamente en su cabeza con cada grito que penetró su ser con la fuerza de un puño y cada marca sobre su piel dejó testimonio de su aprendizaje. Por aquel entonces creyó que solo los de esa casa sabían, por experiencia o simplemente por sabiduría innata, lo que convendría hacer en cada instante de su vida. Por lo tanto debía seguir las instrucciones al pie de la letra si quería aprender, ser mejor persona. Ese había sido su pensamiento más íntimo durante mucho tiempo. Luego, en la juventud supo que su juicio no era de fiar y su entendimiento escaso, lo más prudente era obedecer para no equivocarse más. Pero en la actualidad aquellas ideas pesaban demasiado. Tomó el pomo de la puerta con firmeza, giró la cabeza para dirigirse a las voces: —Me daré una ducha —balbuceó antes de entrar con rapidez al cuarto de baño y cerrar la puerta.

Poco a poco las voces chillonas se perdieron en el espacio y fueron sustituidas por el silencio. Con la frente contra la puerta y las manos aún en el pomo, respiró por fin con calma. Pasa el seguro de la puerta y se vuelve hacia el interior del cuarto de baño. La tranquilidad del lugar permite que se quite las prendas de ropa en paz y se tome un tiempo para mirar su cuerpo. Se da cuenta que debajo de su ropa hay otro traje. Lo observa con detenimiento. Es como una segunda piel con los colores de su casa. Sus ojos se nublan, no sabe cómo actuar. Busca su imagen en el espejo y solo ve una máscara que no reconoce como rostro. Sus rodillas ceden hasta tocar el suelo frío. Los ojos borrosos recorren su cuerpo, cada parte lleva la marca de un trozo de su historia. La nariz se vuelve líquida y sus labios se abren con determinación. Con asombro reconoce su propia voz en las mismas frases que escuchó antes: al llegar a casa, al salir en la mañana, durante su juventud, su infancia. Oraciones guardadas en la memoria, expresiones esculpidas poco a poco en su piel con el cincel de las voces de los integrantes de esa casa y que ahora su garganta escupe como mantras.

Su alma se desvanece en el recorrido y se acumulan las imágenes del pasado, esas que creyó haber olvidado. Trata de escapar, realiza un brusco movimiento y se golpea la cabeza. Un chorro de sangre resbala por su rostro agrietado. Se limpia con esmero, busca llegar hasta su verdadera piel.

En ese momento se arma de valor y como una culebra que muda de cuero decide desprenderse del cuerpo antiguo. Cuando siente la textura acuosa, blanda y rojiza de la carne se reconoce y su mente rompe el hilo que le une a las voces. Libre de ataduras comienza asumir su verdadera existencia, por lo que decide marcharse para no volver.


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