Trimestre complicado
En aquella conversación grupal por chat, Saturnino comenta que en la empresa donde él trabaja buscan informáticos con experiencia. Acacio investiga los requisitos que exigen y se apresura a solicitar una plaza. Después de varias pruebas, entrevistas y gracias a la intervención de su amigo, a la buena suerte o a su talento, queda seleccionado. Atrás quedaron los años de incertidumbre y esa desesperada búsqueda de empleo para trabajar en lo que salga. Aunque aún debe concluir con éxito el trimestre, no remunerado, de entrenamiento.

El tiempo transcurre rápido y sin que se dé cuenta, llega el momento de asistir a la reunión para evaluar los resultados. Acacio presiente que pasó con éxito el período de prueba y con ese ánimo se dirige al salón. Le indican en donde debe sentarse. A lo lejos divisa a su amigo Saturnino, ambos levantan los pulgares de la mano derecha como saludo. Cuando se completan los asientos, el silencio da paso a las palabras de los directivos.
Para Acacio, el breve discurso de Onagnaz, el presidente de la empresa, sirve de motivación para plantearse superar las metas del proyecto en el cual trabaja. Quedó impresionado con sus planteamientos, reconoció que era un individuo brillante y profundo en sus opiniones. Comprendió por qué Saturnino lo admira tanto, lo cita y menciona en cada conversación que tienen. Por otro lado, las palabras del gerente Víctor le interesan, son precisas y directas.
El compañero que está a su lado, al igual él, permanece atento durante la presentación. La oportuna intervención de Anier, la directora general de proyectos y jefe de su amigo, lo hace pensar sobre algunos aspectos que no había contemplado y a medida que su suave voz se cuela en la sala, él y su vecino de asiento intercambian miradas y pequeños gestos de aprobación a las ideas que ella presenta. En el turno del sub-gerente, llamado Daniel, se emociona como si presenciara una obra de teatro. Sus ademanes acompañan a la excelente voz que juega con varios tonos para dar un ritmo envolvente a su charla. Es imposible no prestarle atención; sin embargo, tanta pasión desbordada en la exposición y al extenderse más allá del horario establecido, lo abruma.
Se empieza a sentir el cansancio en los glúteos apoyados en las sillas tapizadas en tela azul damasco, las piernas piden un poco de movilidad y con discreción se turna el peso del cuerpo, que también comienza a extrañar un reposabrazos. Él no es el único que se mueve lento y constante dentro de su silla. Ansioso espera el cierre de la reunión y con el compañero que está a su lado cruza unos breves susurros. Se preguntan cómo y cuándo será el anuncio de los seleccionados.

Ambos quieren llegar a casa con una buena noticia; sin embargo, Daniel se extiende demasiado en sus explicaciones nada técnicas y más cercanas al discurso de motivación. Para disimular que perdió el interés en esa intervención, Acacio asume una actitud de fingida atención; no obstante, mantener la espalda erguida y los ojos abiertos se torna una labor difícil, por lo que disimula al ojear el material que entregaron a la entrada. Abre la carpeta con el dosier e intenta leer, pero a pesar de esforzarse, no lo comprende. Organiza las páginas para encontrar algún orden lógico en el contenido y aunque no lo logra, le ayuda a disfrazar el hastío.
Sus pensamientos se interrumpen cuando se da cuenta de la salida de Onagnaz y Anier de la sala. Los presentes entienden que la sesión está por finalizar y se preparan para la retirada. Acacio respira aliviado, no tiene que fingir más. Se mueve decidido a ser uno de los primeros en abandonar el salón; sin embargo, la voz de Daniel se impone al tomar de nuevo el micrófono:
—Este trimestre ha sido crucial en nuestra investigación. Aquellos que carecen de la implicación necesaria para el proyecto, no continuarán con nosotros. Si escuchan su nombre, por favor, retírense. — Víctor, cuya mirada parece traspasar el alma sobre quien la posa, no se mueve de su asiento. Observa en silencio cómo los asistentes se devuelven a sus asientos.
A medida que el sub-gerente parece regocijarse con la lectura del listado de nombres y apellidos, el cual recita lento y pausado, el semblante de los presentes se llena de asombro al oír mencionar a compañeros que no esperaban. Fue una sorpresa saber que no contratarían a los que el grupo consideró los profesionales más destacados y el estupor fue mayor al citar a antiguos empleados. Los murmullos entrecortados recorrieron las filas de asientos, repetían preguntas sobre el criterio de la selección. La incertidumbre se apoderó del espacio. Algunos se levantaron para exigir explicaciones. Otros de los nombrados alzaron la voz pidiendo razones a Onagnaz, el presidente de la empresa, que ya no está en el salón. Daniel continuó y se detuvo luego del apellido de cada uno, un poco para medir la reacción del afectado, un poco para dejar fluir el drama de los acontecimientos. Para él la teatralidad es algo natural y junto con Víctor disfrutan de la puesta en escena de las diversas intervenciones que realizan.
Los que aún no han sido mencionados, permanecen en silencio, temerosos se tragan sus expresiones. No desean escuchar sus nombres, por lo que intentan pasar desapercibidos. Un laberinto de voces se enciende y apaga en toda el área. Lamentos, apelaciones al reconocimiento del buen desempeño, peticiones para hablar con representantes sindicales, amenazas con leyes laborales… Daniel no disimula su expresión de agrado con el giro dramático que le ha dado a una reunión tan técnica y seria.
A los pocos minutos de la ebullición de emociones por parte de los afectados, Víctor hace una señal con sus ojos y los empleados fieles a él empiezan a actuar en el salón. Algunos se levantan de sus sillas y se dirigen a hurtadillas hacia los que vociferan reclamos desde sus asientos. Hablan en un tono de voz muy bajo, Acacio no logra escuchar lo que dicen. Presiente que es algo definitivo porque éstos dejan de gritar y salen sin disimular su enfado. Alguien se va solo, pero son más los que se resisten y son sutilmente cogidos de hombros y codos para ser guiados hasta la puerta de salida, que se cierra tras ellos. Un grupo de los trabajadores de confianza interpelan a gritos a los compañeros que se han puesto en pie para exigir explicaciones. Las palabras atropelladas de unos y otros se confunden en el tumulto de frases perdidas.
En medio del caos, Acacio y su vecino de asiento permanecen en silencio, paralizados en sus sillas, hasta que escuchan el nombre de uno de ellos. De inmediato, sus miradas se cruzan y quedan clavadas en las respectivas pupilas del otro. El compañero es poseído por la indignación que llena de sangre sus mejillas y lo eleva con ímpetu y determinación desbordada. Como un poseso, mira al frente, se levanta y grita —Ayer me dijeron que mi desempeño era ejemplar, no dejaron de felicitarme y ¿hoy me despiden? ¡No tiene sentido! —Habló tan fuerte, rápido y alto que, al terminar, perdió el equilibrio y se calló desplomado en la silla. Acacio permanece inmóvil, no encuentra palabras, el miedo encontró cabida en su interior y se dibujó en sus ojos. Siente que unas manos lo apartan y toman al colega que, sin resistencia, se retira.
Aun la lista no había terminado de pronunciarse. Luego de tanto tiempo de gastos y esfuerzo sin remuneración alguna, Acacio no podía permitirse ni siquiera el pensar en que no conseguiría el trabajo. Buscó con los ojos a su amigo Saturnino y cuando sus miradas se cruzaron él levantó el pulgar, una sonrisa se asomó en su rostro en señal de que todo iría bien. Lo conocía y sabía que ese gesto no significaba que él tuviera conocimiento de algo extraordinario, solo era apoyo moral, pero lo tranquilizó. Pensó que de momento la fortuna le sonríe, que no debía tentarla al apoyar a un individuo que conoció apenas hace tres meses.
Decidió quedarse inmóvil, con la expresión más neutra que pudo colocar en su rostro. Sin embargo, su semblante deja descubrir brevemente una pizca de asombro al percibir que Emma, que permanece sentada al lado contrario del colega que ya no está, extiende su brazo para cruzarlo sobre él y con el cuerpo ladeado busca dialogar con el que se encuentra en la silla próxima a la vacía y que recién han nombrado: —Será mejor que te retires. Con este alboroto, no vas a conseguir hablar con nadie —dice ella con su voz modulada y convincente. Después se levanta e ignora la presencia de Acacio, quien ha quedado en medio del trío. Puede observar el cabello recogido en su nuca y cómo toma al otro despedido por el codo para impulsar que se levante. Lo hace con sutileza, habla en voz baja, únicamente para que él escuche. La mirada de Acacio se pierde detrás de Emma que, cómoda con su corta falda ajustada, conduce al inesperado excompañero hasta la salida.
De repente, la voz de Daniel sobresale y lo obliga mirar al frente:
—Por favor, ¡Sean respetuosos! Se abrirán canales de comunicación para dar las explicaciones que consideremos oportunas.
—¡Esto es el colmo, exigen lo que ustedes no son capaces de dar! —Se escuchó decir a uno, antes de ser guiado fuera del salón.
Víctor hace otro gesto y los empleados que custodian las puertas, para impedir que alguien se devuelva y continúe con los reclamos, se dispersan por el pasillo hasta la salida del edificio. Daniel contempla el salón semivacío y continúa cuál anuncio publicitario:
—¡Le damos la bienvenida a los que han salidos victoriosos al duro entrenamiento! Entre ellos a una promesa en el campo de la informática y por ende de nuestra investigación: ¡Acacio Blanco Albar!
Estas palabras crean un nuevo, aunque discreto, revuelo. Las miradas de los presentes se clavan en la piel de Acacio, quien, aplastado en su asiento, desea desaparecer. Siente una mano en su hombro que lo coge desde atrás, por encima de su silla, luego un aliento fresco que se acerca a su nuca. Es uno de los compañeros con el que ha compartido taxi en estos meses. Ese, al que llaman In, le dice: —No seas tímido, disfruta. Es tu momento. Sabes que puedes contar conmigo para lo que necesites.
Entre el nervioso mutismo por parte de los seleccionados, la euforia desmedida en los aplausos de los antiguos empleados, el encuentro termina de forma inesperada. El salón se vacía poco a poco. Al quedar en total desorden, tiene que ser arreglado para que esté impecable en la mañana. Esa tarea le toca como todas las noches a Manuel, quien sale de su diminuta pieza anexa al salón, en donde ha permanecido sentado en su silla plegable de madera, sin tapizar, esperado a que finalicen. Recoge y reorganiza las sillas y mesas, algún que otro papel olvidado, limpia la amplia área y apaga las luces. Al terminar exhausto, ya que su jornada se ha extendido mucho más de lo que se alarga habitualmente, piensa: «Las cosas que opinan los expertos, son en verdad interesante. Saben lo que dicen y lo hacen con elegancia». Se siente muy afortunado al poder escuchar fragmentos de esas intervenciones, a pesar de las inevitables cabezadas que da, mientras espera a que terminen.
Manuel usa sus habituales frases ocurrentes para indicar que la salida de emergencia ha permanecido abierta y que el portón principal tiene ya muchas horas cerradas. Solo una abeja trasnochada y perdida pareció divertirse con sus palabras. En otras circunstancias, las personas a las que estaban dirigidos estos mensajes también se hubiesen reído, pero lo miran con desaprobación mientras murmuran entre ellos. Él continuó con sus expresiones graciosas hasta que se encontró con Víctor y Daniel, últimos en abandonar el recinto, entonces su semblante se volvió más profesional y servicial.
Estos dos se detienen a contemplar su mirada. Le hablan despacio mientras caminan pausadamente hasta la salida. En la mente de Manuel retumbó la frase de Víctor para explicar lo que había pasado esa noche en la reunión: «Lo bueno de la vida, no debe ser solo para algunos, sino que todos debemos participar de ellas, aunque unos pocos son los llamados a construirlas» Se quedó meditabundo sobre esos asuntos de respuestas nada fáciles ni rápidas. En ese momento se sintió un individuo valorado. Se encontraba muy impresionado por la capacidad de ellos para lograr agitar a un grupo de personas y al mismo tiempo ser tan pacientes en el trato individual.

En la calle se mezclan los que fueron despedidos, con el grupo de empleados que esperan a Víctor y Daniel para continuar la charla en otro lugar. Los dos están claramente diferenciados. Unos y otros hablan entre ellos sobre las respectivas estrategias a seguir en los próximos días. En la confusión, Acacio ha perdido de vista a Saturnino, al parecer éste ya se ha marchado. Pide un taxi para que lo venga a recoger y se encuentra a la espera. Camina con discreción, busca alejarse de ambos bandos. Se percata que una abeja permanece cerca de él, le parece extraño que ronde por ese sitio y a esas horas, se queda parado para dejarla transitar con libertad y observa a lo lejos como la gente que va con los directivos se desplaza y se desvanece en la huida de vehículos particulares. Avanza un poco y se sorprende al observar que los cuerpos de los ahora excompañeros se desvanecen, sus figuras se han transformado en siluetas impersonales. Él no sabe si lo que le impide distinguirlos es la noche cerrada, el ángulo de su visión en la esquila del callejón opuesto o es la situación que convierte a estas personas en seres sin presencia. Lo cierto es que los compañeros reunidos allí afuera, dejan sus formas naturales para convertirse en sombras. Solo conservan en sus voces algunas características individuales.
A manera de susurro, el viento eleva algunas voces del grupo que aún permanece en el calor del debate. Se escuchan como si fueran ajenas, pero muy cercanas al corazón de Acacio: —En cinco años, no tengo ni una amonestación, ¿Cuál es la excusa para despedirme? —¿Nos irán a pagar? —Deberían de pagarnos el doble y liquidarnos muy bien, es un despido injustificado. —Dijeron que iban a abrir canales de comunicación para dar las explicaciones que ellos consideren oportunas, ¡qué irónicos! —¿Será que se van a declarar en quiebra? —No lo creo, han despedido a unos y contratado a otros. —Eso no se entiende. —Necesitamos la ayuda del sindicato, debemos permanecer unidos.
Acacio Blanco Albar distingue la voz del que estaba sentado a su lado y aumenta su incomodidad, necesita dar una palabra de aliento a quien compartió con él horas de café y consejos profesionales. Nervioso, se percata que la abeja vuelve a revolotear cerca. Respira profundo, cierra los ojos y mientras espera a que llegue el taxi, a que la abeja se aleje o que los compañeros se retiren, vive el tormento de no poder decidir si se arriesga y se une a las palabras de los despedidos o permanece aislado en la esquina, con los oídos sordos a su conciencia.
Continua en: El taxi
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La mafia empresarial siempre ha jugado con el esclavo, por eso mejor no darles más de lo estrictamente necesario.
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Hola Cabrónidas, gracias por el comentario. Vamos a ver cómo lo resuelve Acacio. Un abrazo 🐾
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Hola, Rosa.
Inquietante relato. He vivido esa atmósfera y es peor que la casa del terror. Te juegas las ilusiones, el futuro y la autoestima. Es cruel y doloroso, pero así es la vida. Para que unos avancen, otros se tienen que quedar en el camino.
Veremos como enfrenta el destino Acacio.
Espero no perderme la continuación. Ya sabes como va mi cabeza.
Felicidades. Un Abrazo
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Hola José, lamento que tú también hayas pasado por esa experiencia, en esas circunstancias es muy cierto que la realidad supera a la ficción. Quiero que Arcadio salga victorioso, pero sabemos cómo es esto. Vamos a esperar para ver qué pasa con él.
Por otro lado también creo que. llegado el momento, hay que echarse a un lado y darle paso a otros, pero no me parece justo que se haga a través de un espectáculo público.
Gracias por el comentario. Un abrazo 🐾
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Buen día Rosa, te paso link, ya publicaremos la segunda parte. saludos jua,n
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Hola Juan. Gracias por compartirlo. Un abrazo 🐾
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