La Vida laboral de Acacio Blanco Albar: Doble pérdida (6)

Doble pérdida

Al enterarse de que Bram y Saturnino han muerto, el corazón de Acacio queda destrozado. Siente cómo crece el nudo que se ha formado en su garganta mientras arrastra sus pasos hasta la oficina. Desea irse, refugiarse en algún lugar conocido; sin embargo, permanece sentado todo el día con la mirada perdida en el monitor y la mente en blanco. La tristeza se cuela en su café, sin que sus manos se percaten de que se enfría. Termina la jornada abatido. Se dirige a su casa. Sabe que allí no encontrará alivio, pero de momento no tiene otro sitio en donde recogerse.

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Acacio descubre que Virginia cree que lo que sus palabras son falsas excusas y le da un ultimátum.

Solitario espera el taxi. Sus asiduos acompañantes se encuentran ausentes. El silencio lo reconforta un poco, por lo que no se molesta en preguntarse en dónde están o qué les habrá pasado. Solo se imagina que no les sentó bien que la última vez ellos tuviesen que pagar sus propios trayectos. Una mueca dibuja lo que podría ser una sonrisa que se borra con la llegada del auto.

El chofer respeta su mutismo, hasta que Acacio comenta lo ocurrido con Saturnino y Bram. El taxista dice saber sobre la noticia y agrega con los ojos fijos en el retrovisor: «hay algo extraño en lo que nos están contando. Algunos vecinos escucharon a los oficiales que las ventanas del piso estaban cerradas desde adentro». Ambos se miran a través del diminuto espejo para dejar que el misterio invada sus mentes y complete las imágenes que no se atreven a expresar. Se sienten cómplices de algo que aún desconocen y con esa sensación se despiden.

Acacio atraviesa el portal en silencio, bajo la supervisión de una abeja. Como otras tantas noches, Virginia lo espera en el salón; sin embargo, él presiente que el saludo de bienvenida será diferente a los anteriores y sus temores se confirman al escuchar la voz de ella:

—Caramba Acacio, es la primera vez que llegas temprano desde que estás en ese trabajo. ¿Se acabaron las reuniones nocturnas y los taxis compartidos? —Sin esperar respuesta, continúa —No sé si alegrarme o sentir lástima por ti. —Hace una pausa parta voltear a mirarle. Acacio Blanco Albar se encuentra derrumbado en el sofá, la cabeza caída, el rostro pálido y algunas lágrimas en sus ojos. La molestia de Virginia se transforma en asombro y en un gesto de bondad, baja la guardia para preguntar qué ocurre. No obtiene respuesta y toma esa actitud como una manipulación para tapar sus faltas anteriores, por lo que retoma el tono:

—Cualquiera diría que se murió alguien…

—Saturnino y Bram… están muertos… —dice Acacio con un hilo de voz que se quiebra antes de terminar la oración y sin ánimo vuelve a guardar silencio.

—¿Y cómo pasó eso? ¿Cuándo? ¿Fue un accidente de tránsito?

—Al parecer Bram murió y ayer Saturnino se suicidó…

—¿Estás seguro de lo que dices? En las noticias no han dicho nada si no, yo me hubiera enterado. —dice esto con el mando de la TV en la mano en busca de alguna miniatura que pueda sugerir que el canal dará la noticia. Luego agrega: —Normal que no salga, Saturnino no era tan importante y Bram, menos. Voy a buscar a ver si en las redes hay algo. Suelta el mando y coge el teléfono móvil para investigar en sus redes sobre el acontecimiento. Al cabo de una búsqueda rápida, se desespera y decide ir directamente a la fuente, por lo que llama a Saturnino. Se sorprende al escuchar una voz desconocida que ratifica las palabras de Acacio. Luego de unos pocos minutos de silencio, dice en voz alta:

—Aunque no eran de mi agrado, lamento lo que ocurrió con tus amigos. —Hace una breve pausa, luego continúa en el tono agudo que tanto desespera a Acacio y le obliga a prestar atención. —Así que te has quedado sin el que cubría tus pasos, ¿eh?, por eso llegas temprano… Bueno, puedes quedarte esta noche, pero por favor, espero que mañana te hayas ido. Hoy inicié los trámites del divorcio. Ah y te recuerdo la deuda con mi padre, tienes que saldarla cuanto antes. ¡Sería el colmo que ahora nosotros patrocináramos tus andadas!

Al terminar de hablar, Virginia se dirige a la habitación y cierra la puerta. Acacio Blanco Albar respira profundo. Aunque está confundido, siente alivio de no escucharla más. Desde el sofá intenta conciliar el sueño, en su mente retumba «Hoy inicié los trámites del divorcio». Esta frase las ha escuchado otras veces, si fuese por todos los hoy de ella, estarían separados hace años.

A pesar del cansancio, no puede evitar recordar la primera vez que oyó esa amenaza. Tenían poco menos de un año de casados. Fue una noche que según su costumbre dejó los platos sucios para lavarlos y recogerlos al levantarse. Luego de la cena, se fue al salón para mirar la TV, pero Virginia se interpuso entre la pantalla y él. Sus manos en la cintura, la voz quebrada a ratos. Virginia subió o bajó el volumen de su voz acorde a los sonidos que se reproducía el programa, y como en un contrapunto, enumeró uno a uno el reparto de obligaciones y tareas. El reclamo de su incumplimiento coincidió con la música sacra de una publicidad y al compás del armónico ritmo, recitó el acuerdo que hicieron al aceptar casarse y vivir juntos. En pleno monólogo, que ella catalogó de discusión, se refirió a cuándo efectuar las actividades de pareja. En ese momento, Acacio escuchó: «Tengo demasiados meses sin poder dormir a causa de la suciedad. Ya no aguanto más. Estás alterando mi salud y por eso hoy inicié los trámites del divorcio. Ya hablé con el abogado de mi padre y me dice que esto es una razón válida. Si no cambias, continúo con el proceso. Espero que entiendas que mi salud está primero». Dijo esto último con un tono serio, amenazante y apagó la TV. Con sorpresa, Acacio descubrió que su esposa opinaba que los platos se debían lavar al terminar de comer.

Para evitar problemas de salud a una mujer tan delicada y frágil como ella comenzó a realizar las cosas al instante en que ella lo necesitara. Empezó a observarla mejor, a estar pendiente de sus constantes quejas sobre su vida en general. Se esforzó en no ser el motivo de ninguno de sus males y se acostumbró al tan sonado: hoy inicié, hoy empecé; en fin, todo para ella era hoy, todo se haría hoy y se olvidaría mañana o máximo, una semana después.

Cuando amanece Acacio no desea molestar el delicado sueño de Virginia, por lo que se arregla con la misma ropa del día anterior. En silencio, se toma un solitario café y sale para el entierro de Saturnino. La presencia de una abeja que parece seguirle le resulta extraña y al mismo tiempo calma su ánimo aunque, por momentos, la pierde de vista. Al llegar a la sencilla ceremonia llama su atención que entre los pocos asistentes no se encuentran los señores Molina, sino que los que reciben a los asistentes son el gerente general Víctor y el sub-gerente Daniel.

Cuando todo termina, Acacio se siente obligado a despedirse de los que parecen ser los más allegados a Saturnino Segundo. Como saludo le extiendo la mano a Víctor y éste le devuelve el gesto con un fuerte apretón con la mano derecha y con la izquierda le sujeta la muñeca mientras habla con suavidad:

—Sabemos que él te recomendó para el cargo, por lo que serían buenos amigos, —dicho esto mira de reojo hacia las coronas de flores que cubren el césped del terreno recién removido —ahora nosotros también seremos tus amigos. Sabes que estamos a tu disposición para lo que puedas necesitar. Desde una simple conversación, un préstamo o incluso hasta una vivienda si fuera necesario. —Víctor habla serio, casi en susurro con los ojos fijos en los suyos y sin soltar la mano de Acacio.

Daniel no acepta la mano extendida, sino que lo toma por los hombros para abrazarlo con fuerza y dar unas sonoras palmadas en su espada. Con los labios cerca de sus oídos, Acacio espera que también susurre algunas palabras, pero Daniel habla alto, para que todos puedan escuchar su emocionado: «Acacio, toma estos momentos para descansar, no vayas al trabajo esta tarde ni mañana». Cuando se separa de él, introduce con discreción en el bolsillo de la chaqueta una tarjeta con su número privado, el personal, el que muy pocas personas tienen.

Acacio empieza a caminar por inercia. Sigue la senda de concreto que marca la carretera, al mismo tiempo que rechaza la oferta de otros compañeros que se ofrecen llevarlo en sus coches. La abeja lo acompaña como si se posara en su hombro, cuál loro domesticado, y con su rítmico zumbido parece susurrarle recuerdos de sus amigos. Al sentir el cansancio en sus piernas, se percata que han transcurrido muchas horas, varios kilómetros y de repente descubre que llegó a un lugar repleto de personas. Se ubica con dificultada en dónde está y cómo llegar a casa. Después de una larga búsqueda, encuentra un autobús que lo deja más o menos cerca, ahora le toca esperar. Cuando por fin llega el transporte, sus pies agradecen el descanso de permanecer sentado durante la casi hora y media del trayecto.

Para Acacio las sorpresas y sobresaltos no paran ese día. Al entrar, se da cuenta de que el vestíbulo se ha hecho más pequeño con la presencia de maletas y cajas, que guardan sus pertenencias. También encuentra algunos libros metidos en bolsas, de donde sobresale una nota engrapada que dice «SUERTE, AHORA QUE YA NO ESTARÉ». Camina hacia el salón en busca de respuestas y observa la pared tapizada con fotos de ellos dos. Sin comprender lo que ocurre, continúa errante por el resto del apartamento y descubre que en todas las paredes hay fotografías de sus viajes y momentos felices. Le sorprenden los tachones rabiosos sobre su cara. Sigue hasta la habitación. La puerta abierta es una invitación a pasar. Encuentra todo desordenado, revuelto y el armario entreabierto. Se asoma con temor a lo que pudiera encontrarse.

Se alivia al comprobar que no era el cuerpo de ella, sino su traje favorito colgado como única prenda, con zapatos y bolso incluidos. En la parte alta de la percha de ropa, está una foto con su rostro sonriente y una bufanda que rodea lo que pudiese ser el cuello. El espejo está roto.

Es todo tan fuera de lugar y grotesco que Acacio, asombrado, sale despavorido; no comprende la actitud de Virginia, pero ella no está, por lo tanto, no es posible preguntarle qué pasó. Sin saber cómo proceder, al igual que un ahogado grito de socorro, llama al taxista para pedirle ayuda.

Para no pensar en el posible mensaje que pudiera tener lo que acaba de observar, para no pensar de qué sería capaz Virginia, para no pensar que esto es real; decide centrarse en la abeja, en lo raro que resulta su compañía. Ella ha estado junto a él, lo ha acompañado todo el tiempo desde la mañana, incluso durante este extraño recorrido por la vivienda. «Tal vez y esto no esté ocurriendo», se consuela así mismo con la esperanza de que el chofer, al no verla, lo ayude a salir de dudas sobre si es su imaginación o es real. Cuando éste llega y empiezan a bajar las maletas, cajas y bolsas del segundo piso hasta el coche, Acacio lo observa. No menciona nada del extraño insecto, ni da manotazos o gesto alguno que delate su presunta presencia. Al terminar, Acacio propone ir a un café cercano, en parte para descansar y en parte para decidir qué camino tomar a partir de ahora.

El taxista se ha ganado la confianza de Acacio. Llevan varias conversaciones nada triviales sobre el entorno y cuestiones vitales. Nunca han hablado acerca del clima u otros temas efímeros; con él todo fluye, como lo hacen las charlas con amigos verdaderos, igual sucedió con Saturnino. Por lo que no puede reprimir su necesidad de expresarse, así que le contó lo que ocurrió en la ceremonia, lo del apartamento y lo que atinó a pensar hasta ahora en relación con aquello; incluso sus dudas con respecto a si este día es real o es un temor en forma de pesadilla. Asomó la posibilidad de que aún estuviese en el sofá y la imagen del vestido, la bufanda en el cuello, el espejo roto, sean producto de una postura incómoda al dormir en un mueble de solo dos puestos, una mala pasada del inconsciente para indicarle que no estaba bien.

Entre la emotiva conversación llena de sobresaltos, el chofer comenta que le llama la atención una abeja que se posa cerca de ellos y parece atenta a lo que hablan. Acacio se siente perturbado. La abeja existe, lo que significa que todo es real. Busca en los bolsillos de la chaqueta y encuentra la tarjeta. Entonces abre un debate: aceptar o no la propuesta de aquellos dos. El taxista expresa sus dudas y expone las razones basadas en historias escuchadas por los pasajeros de la empresa, sin decir nombres porque la indiscreción no es una de sus características. Entre silencios, argumentos en pro y en contra sobre la ayuda, Acacio y el chofer deciden marcar el número, escuchar y ver qué pasa. La voz de Daniel lo toma por sorpresa, aunque es consciente de que él fue el que llamó, no esperaba que le respondieran tan rápido.

Activa el manos-libre del teléfono, lo coloca sobre la mesa para que ambos puedan oír lo que dice Daniel acerca de un piso, que él y Víctor pueden dejarle. El chofer hace un gesto con la mano que significa que Acacio debe preguntar por el precio del alquiler, ya que no estaría bien que fuese gratis. La respuesta, sin titubeos, los deja descolados: «por eso no te preocupes, ya que será más simbólico que real» escuchan decir. Con asombro, Acacio agradece y se despide para luego comentar la llamada abiertamente con el taxista. Los dos interpretan la situación y coinciden en que ha sido cuestión de buena suerte.

Con la dirección en mente, se ponen en marcha rumbo al nuevo piso. A las pocas calles de estar en circulación, al taxista le parece haber hecho ese trayecto con anterioridad; sin embargo, no recuerda exactamente, por lo que no lo menciona en la ahora distendida conversación sobre las relaciones de pareja y sus complicaciones. Cuando por fin llegan al destino, el chofer titubea, pero no puede decir nada ya que Daniel se apresura y se acerca para abrir la puerta del taxi. Al saludar toma a Acacio por el brazo y caminan seguido por el taxista. Habla con su voz grave sobre diversas cosas relacionadas con el edificio y el apartamento, hasta que, justo cuando la puerta del ascensor se abre en el décimo piso y mientras se dirigen al apartamento, dice:

—Aquí vivió Saturnino por muchos meses. Espero que esto no te eche para atrás. Tanto Víctor como yo, deseamos lo mejor para ti, pensamos que todos tenemos derecho a disfrutar de una vida próspera.

Termina de hablar sin dejar que ninguno pronuncie palabras. Daniel sabe jugar con sus silencios y dosificar su intervención para que dure lo que él necesite sin ser interrumpido. Se excusa para no pasar al apartamento y le ofrece la mano al taxista a manera de saludo, esté le devuelve el gesto con una pequeña inclinación de la cabeza. Acacio, consciente de que es su turno de despedirse, le extiende la mano derecha, pero él lo coge por los hombros en un abrazo rápido para después correr al ascensor antes de que las puertas se cierren y él pueda bajar. Al entrar al piso  Acacio y el chofer miran atónitos a una abeja que parece observarlos desde la parte de adentro de la ventana del salón. Ambos se giran confundidos y sus ojos se encuentran. Por un momento no se mueven hasta que deciden subir las cosas, luego se sentarán a conversar.


Próxima entrega Jueves 16 de mayo 2024



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6 comentarios en “La Vida laboral de Acacio Blanco Albar: Doble pérdida (6)

    1. Hola Federico, me encanta que te hayas dado cuenta de la abeja. La uso como símbolo, ya que sin ellas no habría vida en el planeta. Para Acacio y otros personajes, ella es testigo de cuándo y cómo la vida pierde sentido y se destruye.
      Por otro lado, también la he utilizado como personaje y como narradora en otras novelas y relatos. Hasta tiene nombre, se llama Apis Apidae. Espero que esto responda a tu pregunta. 😁 Un abrazo y buen fin de semana par tí también. 🐾

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  1. Estoy expectante por saber qué pasará con la estancia de Acacio en el apartamento y descubrir qué papel juega realmente el taxista, así como la abeja, que imagino es clave en esta historia.

    Muy bien hilado y escrito, Rosa. Enhorabuena.

    Te invito a pasarte por mi blog y comentar.

    Saludos!

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    1. Hola Marcos. Por el acuerdo de confiabilidad que he firmado con Víctor y Daniel, no puedo hacer spoiler 😁 (esos dos me dan miedo). Solo te puedo hablar de la abeja, que está fuera de su radar. Ella representa la vida mientras que, para el resto de los personajes, pierde sentido y se destruye.
      Ahora paso por tu blog. Un abrazo 🐾

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