Mecenas, filántropos, patrocinadores
Que el artista es una persona y como tal debe alimentarse suena obvio pero, antes de plantearse el tema como un desfile de bohemios provocando emociones mientras recitan sueños, como bien los describe la canción, cabe recordar que vivimos dentro de un sistema social concreto y por lo tanto no sólo de contemplación y representaciones vive el hombre y no de arte vivo yo.
El arte es un trabajo como cualquier otro, con horarios, disciplina, técnicas… y en todas las épocas el hambre ha rondado a los que han querido dedicarse exclusivamente a vivir del carnet de artista. Si buscamos cómo comienzan los mecenas en la historia nos encontramos con Cayo Cilnio Mecenas, estrecho colaborador de César Augusto. Este político y diplomático amante de la poesía dedicó su fortuna a dar apoyo y protección de forma totalmente desinteresada, dice la historia, a jóvenes poetas como Horacio o Virgilio permitiendo así que pudieran dedicarse a escribir y que su obra fuese disfrutada públicamente. La fama de Mecenas como protector de artistas fue tan grande, que su nombre se ha utilizado para designar a quienes fomentan la creación artística de forma desinteresada.
Este es el origen de la figura del protector económico del artista, sin embargo con los tiempos este concepto cambió y hoy encontramos una definición más acorde con la época que hace referencia a aquella persona que, por contar con los recursos económicos suficientes, toma bajo su protección a un artista o científico para permitirle realizar su tarea y beneficiarse con ella de algún modo más o menos directo.
En la Alta Edad Media, del siglo V al X, la institución que ejerció el monopolio en las actividades intelectuales y artísticas fue la Iglesia Católica, por lo tanto, también eran los únicos mecenas pero ya en la Baja Edad Media, entre el XI-XV, hubo un florecimiento del mecenazgo civil (familias aristocráticas, las instituciones políticas y las monarquías en formación). En este período se empezó a realizar una práctica que nos recuerda a los actuales patrocinios: el acuerdo entre el artista y el mecenas de representar en actitud piadosa al donante o patrón dentro de la propia obra de arte. De este modo, el mecenas podía obtener prestigio personal al aparecer en la obra y el artista pagaba sus facturas, tal cual se sigue haciendo hoy en día con las marcas. En el Renacimiento el mecenazgo tomó la otra forma que actualmente conocemos, en donde no se recibían pagos regulares o inmediatos por un encargo en concreto, sino que a cambio el artista era admitido en el círculo de confianza de sus patrocinadores.
Con en la Revolución industrial el arte encuentra un camino muy próspero para expresarse, con la condición de que compita en la comercialización, la propuesta necesariamente se materializa en un producto que satisface una demanda. Surgen también las figuras del filántropo y los inversionistas, ambos aportando mucho capital. Los primeros se definen por dar su ayuda desinteresada a los demás, sin embargo rara vez son anónimos y por lo tanto obtienen prestigio por su ayuda y según el país de residencia ventajas fiscales, los segundos abiertamente esperan beneficios.

Y aquí ya estamos todos, artistas y no-artistas, como parte del juego de la oferta y la demanda que, por otra parte, tiene su propio gusto algo caprichoso (preguntarle a Theo Van Gogh todo lo que le costó que la obra de su hermano fuese rentable). El mercado, por lo general se resiste a ver su reflejo y se aferra a la costumbre, al entretenimiento vacío, a cuadros que combinen con los colores de temporada, empeñado en no alzar voces diferentes a las que estén sonando. Sin embargo el artista en su empeño por buscar a ese público que se identifique en su discurso, a su forma de entender las cosas, que le demuestre que no ve visiones ni está loco y que por lo tanto pueda disfrutar y participar de su propuesta, tendrá doble labor atendiendo a las técnicas, estrategias y estudios de mercado y que le serán definidas por el filántropo, su patrocinador o mecenas personal, y las que tenga el propio artista para mejorar la comercialización de sus productos y buscar algunas de estas tres figuras o ir en solitario bajo el amparo de Internet.
Hoy por hoy la existencia del mecenas es casi inexistente, quedando aún la sombra del filántropo, es la figura del patrocinador la que tiene la fuerza de mover los hilos. Atrás quedaron los días contemplativos del artista, también los de barbaridades en aras del disfrute tipo Farinelli (por lo menos ya no son legales) Hoy hasta los Nijinsky, los que por alguna razón u otra vivieron o viven aislados en la “burbuja” del talento y/o la fama, se convierten en su propio impulsor sin que por ello tenga que sentir ningún tipo de remordimiento, otra cosa muy diferente es la honestidad del mensaje, pero este es otro tema.