Está claro que el mundo es como es, pero la sociedad que hemos inventado nos afecta desde puntos muy diferentes.
Según de qué lado del charco, cuál hemisferio, qué género y cuál cuna nos haya acogido, serán parte de los focos con que ajustar las distintas perspectivas-realidades con las que transmitimos las historias, que en el fondo tratan sobre conflictos humanos. Usamos diferentes formas para un mismo fondo. Es nuestra peculiar manera de conocernos a nosotros mismos.
Es la era de los guionistas, escritores, actores…
Siendo el arte un reflejo de la sociedad, actualmente nos encontramos con obras que se centran más en las formas que en el fondo.
Nuestro entorno ha cambiado ¿o es que lo percibimos de una manera diferente? Sabemos que la realidad no es algo estático, permanente, inmutable y que nuestra apreciación de ella varía de acuerdo al cristal con que se mire y de nuestra burbuja.
Desde siempre han existido variedad de individuos en cuanto a raza, género, condiciones sociales, tipos de bellezas, etc. El hecho de resaltar una sola categoría dentro del abanico de posibilidades no nos hace vanguardista de la diversidad sino que, por el contrario, con las «cuotas» de participación se crea otra categoría sin que implique su integración. Cuando escucho o leo «cuotas» en mi mente aparecen las que se refieren a las de género y de diversidad sexual, se le da tanto énfasis en algunas obras que pasan a ser el fondo de la historia y la historia en sí, el mensaje, pasa a ser la figura. Según algunos sectores pareciera que Terry Gilliam tenía razón al declararse «ante todos que soy una negra lesbiana» para poder hacer comedia al nivel de los Monty Python.
En el cine, la mayoría de las historias estaban bajo el esquema hombre/mujeres; blancos/negros; ricos/pobres; buenos/malos… hasta 1967 que se rompe con la película británica de To Sir, with love (Rebelión en las aulas en España, Al maestro con cariño en Hispanoamérica) En la que nos encontramos, dentro de un reparto multirracial, a un protagonista negro quien es bueno, inteligente, trabajador, profesional y además ahora Sidney Poitier resulta atractivo y por primera vez considerado por el público general como un símbolo sexy, cosa que no había ocurrido en sus trabajos anteriores, ni siquiera por ser el primer afroamericano en ganar un Oscar al mejor actor años antes. Esto me lleva a preguntarme ¿qué determina a un personaje? ¿qué lo hace ser? Su forma o su actitud, su motivación… y cosas por el estilo. Me parece que Viola Davis lo responde en en How to Get Away with Murder (Lecciones del crimen en Latinoamérica y Cómo defender a un asesino en España) encarnando a una abogada de éxito aunque de moral cuestionable, todo sea dicho. Papel que por tradición debía ser para una actriz blanca.
«Prefiero actuar de sirvienta y ganar 700 dolares semanales que ser una sirvienta y ganar 7». Hattie McDaniel
Una vez superado la disyuntiva de negros/blancos comienzan aparecer en el escenario otras razas y géneros para encauzar los mensajes. Ya no basta con ser, ahora hay que identificar si se es heterosexual, bisexual, homosexual y así toda la gama de posibilidades que estas nuevas y viejas nomenclaturas sexuales nos permitan, se cumple así con las «cuotas» para los personajes, para las autoras (básicamente), para los temas… para subcategorizar todo aún más. Pretendiendo con esto representarnos a todos y cada uno de nosotros dentro de una misma historia y si no hacemos esta aclaratoria corremos el riesgo de ofender o de señalar algo de forma políticamente incorrecta.
Pero ¿y las perspectivas sobre la realidad de esa historia? Pues serán plana, lo importante en este caso es mostrar que se está cumpliendo con «visibilizar» un colectivo, solo su estética, claro, lo importante es que aparezcan. Y aquí otra polémica: aparecer por aparecer, ¿personajes de relleno?, ¿Por lástima?, ¿Por «cuotas»?, Porque… ¿Aportan algo a la historia?
Las «cuotas» ¿funcionan en la ficción igual que en la realidad de las empresas y la política? ¿funcionan con todo? ¿Con la muerte y el asesinato/homicidio? y aquí pienso en la «violencia de género». Un crimen cometido por un hombre hacia su pareja: si ésta es mujer lo definen como «violencia de género», pero si la pareja es otro hombre es un asesinato/homicidio. Si el asesino es una mujer, no importa quién fue la pareja (hombre o mujer) porque de igual manera es un asesinato/homicidio. Aquí lo que ha cambiado es la manera de hablar sobre ello, evidenciando la separación hombre/mujer (y la inferioridad implícita del género femenino al señalar como «violencia» un asesinato/homicidio, ya que pone ipso facto a la mujer en general como víctima. Además de suavizar, por condescendencia quizás, el motivo de la muerte: no fue asesinada, fue víctima de violencia.
Ya las separaciones de buenos/malos, blancos/negros, hombres/mujeres, no son tan simples, ahora continuamos marcando la diferencia agregándole otras variantes del lenguaje, como por ejemplo hombre-bueno-blanco-heterosexual-animalista, o mujer-negra-feminista y así podría extenderme en otros muchos ejemplos, sin embargo prefiero cerrar la nota señalando que esta nueva manera de representarnos nos convierte en seguidores de lo mismo que antes habíamos criticado y que originó esta supuesta integración, haciendo que todo cambie para que todo permanezca igual. El maniqueísmo ya no será solo entre buenos/malos sino que agregamos tolerantes/intolerantes (intolerante será todo aquel que no acepte nuestro punto de vista o lo cuestione).
Así como un crimen es un crimen con todo lo que ello implica, un personaje (por muy pequeño que sea) es un personaje y su deber es aportar fondo, ayudar a delimitarlo, no ser solo figura en el complicado equilibrio de la historia.
“Una luz ha aparecido en mi horizonte: compañeros de viaje necesito, compañeros vivos, – no compañeros muertos ni cadáveres, a los cuales llevo conmigo adonde quiero. Compañeros de viaje vivos es lo que yo necesito, que me sigan porque quieren seguirse a sí mismos – e ir adonde yo quiero ir.” Así habló Zaratustra. Friedrich Nietzsche