Carmen M. Sosa: Un oficio (7)

Carmen M. Sosa camina por las calles abarrotadas de comercios. En las vitrinas mira su reflejo, estudia su silueta, su manera de caminar, trata de corregir cualquier postura que refleje desolación.

Se encuentra cansada de deambular todos los días en horario de oficina para disimular ante su familia. Piensa cómo decirles que perdió el trabajo en su primer día y de repente el sonido de las notificaciones en su móvil la saca de sí misma, es un WhatsApp de Montse.

Quiere saber si se unió algún grupo de aquella página de ajedrez online que le recomendó. Carmen responde «Sí… he conocido a dos personas que parecen interesantes. Luego te cuento. Ahora no puedo hablar» Su mente está ocupada en otros asuntos, necesita poner en orden sus ideas, enfrentarse cuanto antes a la familia, pero primero debe decidir en qué transformar su vida.

Al llegar al lugar de costumbre pide su tarta favorita y café. El mesonero le lleva el pedido y Carmen, distraída en sus pensamientos, desvía su mirada. Le llama la atención unas barajas españolas que están en el suelo, las recoge y es sorprendida por una mujer que toma su mano antes de que ella pueda objetar algo.

—Esta carta indica tu buena fortuna, anuncia grandes cambios. —Le dice con voz nasal y continúa: —Aunque ahora estés triste, la solución a tus problemas está en tus manos. Además, veo que en el amor ya has conocido al hombre adecuado —dijo esto último con una sonrisa pícara y así como llegó, se fue.

Carmen no tiene tiempo de decir nada, se queda sentada con las barajas en la mano y sobre la mesa, intactos, permanecen la tarta y el café. Por un instante no supo si creer o no en lo que dijo esa extraña mujer, pero se siente tan infeliz que decide darle crédito a su profecía.

«La solución está en tus manos; en tus manos» repite entre susurros mientras mezcla el azúcar en el humeante café. Cae en cuenta de que lo único que sabe realizar con sus manos es trabajar el metal. Mastica un bocado de tarta y se ve a sí misma en sus recuerdos: Está en el taller junto a su padre, en el momento en que él le explica algunas cosas. Revive la diversión de crear diferentes formas y las pequeñas piezas que realizaron juntos. La emoción que se siente al contemplar cómo se calienta el material hasta el rojo vivo, luego hacerlo maleable para convertirlos en los dos cuchillos de cocina que hizo. A su recuerdo llegaron también las mofas de sus hermanos y la voz de su madre «ya no eres una chiquilla y no puedes estar en estas cosas» recuerda con exactitud las palabras de aquella tarde cuando le prohibió que volviera al taller para efectuar «cosas de hombres».

Mientras saborea su marquesa de chocolate decide investigar algo más sobre la herrería. Quiere impresionar a su padre para que la acepte como aprendiz de forma oficial. Reconoce que ya le resulta incómoda la mesada que, a escondidas, le deja él en la gaveta de su mesa de noche. Pero sin trabajo no le quedará otra que seguir aceptándolo en silencio. «Es un negocio familiar, alguien tiene que heredarlo, igual a ninguno de mis hermanos le gusta el oficio de herrero» le dice al aire.

Entre un bocado y otro comienza a buscar información en internet. Los ojos golosos ya no son para el trozo de tarta que le queda por comer, sino para el video que absorbe su atención. Con ambas manos sujeta el móvil en horizontal, activa los subtítulos y ve la competencia de cuatro herreros. Por la presentación son especializados, no hay novatos en esa forja. Se han establecido las pautas de fabricación para la realización de un hacha, cada uno presenta sus diseños y sus métodos. Carmen toma nota mental.

Se asusta cuando Adlai, uno de los concursantes, pasa más de veinte minutos en la enfermería. «Tal vez mi madre tenga razón y este trabajo es muy fuerte para una mujer», sacude la cabeza con fuerza para sacar de ella esa voz y dar paso a la del presentador del programa que la anima al decirle a un participante: «Si usas bien la técnica, podrás moldear el metal como la arcilla».

Pronto la hoja del hacha estará lista. Se generan unos segundos de tensión: uno de los participantes debe abandonar el concurso. Carmen se imagina en esa situación, coincide con ellos en que hubiese sido más fácil realizar un cuchillo. Ella también sabría cómo hacerlo.

La decisión de los jueces la devuelve al programa. Se lamenta por el que se va, aunque le parece justo. Ella no hubiese puesto en su hacha todo el peso adelante, así que seguiría en el concurso. Pasan a la segunda fase, ahora son tres los participantes. Carmen se deja llevar por sus fantasías, se anima en silencio, siente que es uno de ellos, se imagina a sí misma como concursante. En esta ronda puede arreglar los defectos que indicaron hasta elaborar una hoja funcional. Debe coloca la empuñadura, tiene pocos minutos para amolar, afilar y pulir las cuchillas, pero cree que tendrá oportunidad de entregar algo decente. Repasa en su mente cómo ejecutar cada paso, aprende al observar el trabajo de los concursantes que quedan. Le gusta Ray porque se nota que sabe lo que hace, se identifica con Stephen, desea ser él por un momento. Se vale de los comentarios de los expertos, del presentador para mejorar su arma y de repente anuncian el fin del tiempo.

Su sorpresa es grande al contemplar el tipo de pruebas a la que debe someterse su hacha imaginaria. Primero darán diez golpes a un trozo de madera, para luego cortar una soga. Se asusta, pero confía en que el surco de los dedos de su mango ayudarán a controlar su arma. Lamenta que Jason se marche aunque, una vez más, le parece justo.

Solo quedan dos participantes y Carmen, en su imaginación, es otro de ellos. Está contenta por haber llegado a la final y estar presente en el gran reto: fabricar una Haladie. No sabe qué arma es esa, con curiosidad escucha con atención la explicación:

Es una daga de la antigua India y Siria. Tiene dos hojas curvas de doble filo, sujeta por una sola empuñadura.

«¡Ah! Es parecida a dos puñales juntos, pero más largo», susurra al mismo tiempo que observa los talleres de estos participantes.

Ray usa el acero para crear un patrón y mientras lo hace, explica su ejecución. Carmen toma nota, le parece un bello diseño. «Esto del Damasco es como un dibujo abstracto» dice en voz baja y contempla la daga que presentan los dos últimos participantes. El programa termina, se encuentra de acuerdo con el veredicto del jurado, deja el móvil sobre la mesa. ¡Está decidida! Es el trabajo que desea. Apura lo que queda de tarta, paga, se levanta y al comenzar a caminar, piensa en cómo trabajar esa técnica a escondidas de su padre.

Erguida, con pasos seguros se dirige hacia el taller. Por la hora sabe que encontrará al empleado solo y con su ayuda piensa inventar una pieza con acero de Damasco para impresionar a su padre. Esa determinación borra la angustia y sin darse cuenta llega.

Mientras trabaja en la pieza se siente que participa en el concurso: «¡La mejor herrera de la región!»; «¡Su cuchillo hecho con el acero de Damasco es perfecto!»; «¡Es la ganadora!» escucha en su mente al presentador y los jueces, aunque es otra voz la que la trae de vuelta a la realidad:

—Esta hoja esta agrietada, no puedes realizar un cuchillo con ella, observa la grieta —dice el empleado del taller al tiempo que le señala una línea que atraviesa toda la pieza en la que ella trabajó con mucho empeño. —No hay duda, debes volver hacerla. —Carmen lo mira, asiente con la cabeza, pero se da cuenta de que es tarde así que agradece la clase y se despide.

Llega a tiempo para la cena. Con todos en la mesa, se atreve a hablar en voz alta y con seguridad:

—Hoy comencé a trabajar una pieza con el acero de Damasco, es una técnica fascinante. —Le dice a su padre, quien levanta la cara, la mira con asombro, pone sus cubiertos sobre el plato, se dispone hablar.

—¿Has estado en el taller? —Interrumpe la madre antes de que el padre pueda responder.

—Sí, fui hoy. En la tarde.

—¿Y a qué hora sales de ese trabajo que dices que tienes?

—¡Seguro que te despidieron! —Afirma, entre risas, el hermano mayor. El otro hermano se contagia y antes de que se prolonguen las bromas, Carmen interrumpe decidida:

—Ya bueno, ese trabajo no era para mí y no, no me han despedido. Yo decidí que puedo ayudar en el taller con los cuchillos de cocina… diseñarlos, hacerlos…

—¡Tu decidiste! ¡Qué buena respuesta! —dice el menor, entre nuevas risotadas y aplausos de celebración.

Las bromas y burlas de los hermanos están tomando cuerpo, el padre abatido mira la escena y la madre decide poner orden:

—¡CARMEN M. SOSA: ESO NO ES OFICIO PARA MUJERES! ¡UNA HIJA MIA SABRÁ COMPRTARSE!—grita la madre. —¡Ya es hora que asientes la cabeza! ¡Debes casarte! —concluye con voz lapidaria.


Así le va a la Carmen (ver Índice):


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