Carmen M. Sosa: Una maldición en la familia (9)

Han transcurrido varios minutos desde que Carmen M. Sosa habló con M(en)1018. Ya terminó su tarta de chocolate y decide pasear por el parque, esperarlo en el café le aburre. A lo lejos observa a un grupo de personas, camina hacia ellos y la curiosidad hace que se acerque aún más al percatarse que hablan en voz baja, como si contaran un secreto. A pesar que pone empeño en escuchar con atención, tan solo distingue que se refieren al problema de alguien.

Uno de ellos afirma que ese problema es en realidad una maldición, Carmen se impresiona. Desea conocer el fin del relato, pero ya es la hora acordada. Apresura sus pasos en dirección al café, mientras circulan en su cabeza las pocas palabras que escuchó sobre «esa maldición»

M(en)1018 no ha llegado, así que se instala en una de las mesas sin percatarse que el mesonero se sonríe con varios de los clientes del local que la observan y murmuran entre ellos. Ajena a lo que ocurre a su alrededor busca información sobre maldiciones familiares en su móvil. Encuentra algunas páginas y mientras espera, permanece absorta en la lectura. Aunque no conoce el aspecto de M(en)1018 sabe que es seguro que la reconozca, no hay otra mujer sola en este lugar. Sin dejar de leer en una, otra y otra web, levanta la mirada de vez en vez y observa a su alrededor: los usuarios al café no pierden detalle a sus movimientos y no dejan de murmurar. Se encienden las alertas de Carmen «es una señal de que planifican algo» pensó.

Sudoroso y un poco retrasado llega M(en)1018, se presenta «Es mi primera cita a ciegas» piensa Carmen mientras se sonríe y le extiende la mano para saludarlo. Ambos quedan satisfechos de la presencia del otro al ponerse nombres y rostros reales.

Al poco rato ya hablan como si fueran grandes amigos. Es cierto que los chats que han compartido, desde días atrás en el grupo classromm7, los ha unido en una complicidad llena de picardía. Después de valorar las clases de ajedrez y los comentarios de los participantes inician una conversación más personal. Manuel se interesa por conocer sobre su familia y Carmen decide contarle una maldición que ensombrece su vida.

—Es algo curioso, pero por parte de la familia de mi padre solo los varones se reproducen, ninguna mujer ha dado a luz niños vivos —dice Carmen con la voz quebrada y en un tono muy bajo, que obliga a Manuel acercarse a ella para escuchar mejor.

Empujado por la curiosidad el mesonero se acerca para preguntar si desean algo, saber si están bien y escuchar la conversación. Carmen le dice a Manuel que allí las marquesas de chocolate son muy ricas y aunque el mesero insiste en la tarta de manzanas, él pide la indicada por ella y un refresco. El mozo se va molesto. No se enteró de qué hablan y seguro lo amonestan por no vender la de manzana, que está casi dañada en el aparador.

Al contemplar la cara de compungido que tiene Manuel, Carmen continúa:

—Mis tías y primas por parte de padre son estériles…

Manuel trata de decir algo apropiado para calmar la angustia que Carmen le transmite en su relato, pero no encuentra palabras y tan solo atina a decir:

—Creo que las maldiciones familiares son creencias que se transmiten de generación.

—¿Pretendes decir que las cinco pérdidas que ha tenido mi hermana son un invento? —Carmen lo interrumpe furiosa.

—No, de ninguna manera, pero a lo mejor…

Llega el mesonero con su sonrisa de quita y pon y comienza a colocar el pedido. Manuel guarda silencio y éste se queda unos pasos más allá con la excusa de arreglar las sillas de la mesa vecina, mientras afina el oído.

—Mira Manuel, te he contado esto porque me preguntaste. ¡De haber sabido que esa iba a ser tu reacción no te lo hubiera dicho!

—No me malinterpretes. Sé lo trascendental que es tener un niño, pero la familia…

—¡Alfredo! ¡Ven aquí de inmediato! —grita el dueño del café que lo ha visto perder el tiempo al limpiar una mesa desocupada. El mesonero se va sin terminar de escuchar, atiende las quejas y el grupo que observa, lo llama.

—¡Ve atenderlos, que para eso te pago! —dice el dueño al mesonero y entra al local.

Alfredo se acerca al grupo y antes de que le hagan el pedido les suelta la noticia:

—¡Está embarazada!

—Por eso las tartas de chocolate… Son un antojo

—Pobre… él no se ve muy dispuesto aceptarlo…

—Tienes razón, todas las veces que me acerqué estaban en franca discusión… —dice el mesonero y añade: —Voy por sus cafés antes de que me vuelvan a gritar, ya vuelvo.

El grupo habla sobre los problemas de Carmen, mientras mira con recelo a la pareja que sigue con su charla.

—Hay Manuel, me apena que te hayas puesto así con esta noticia —dice Carmen sin poder evitar reírse.

Manuel la mira con cara de interrogación, está un poco desorientado.

—Mira esta página —Le enseña una de las reseñas sobre las maldiciones familiares.

—¿Y esto, qué quiere decir? —Pregunta Manuel, aún más confundido.

—Quedamos en reunirnos para jugarle una broma a los compañeros de la clase de ajedrez y resulta que el primer burlado fuiste tú —dice Carmen entre carcajadas.

Ante la cara atónita de Manuel, Carmen lo toma por la mano y entre carcajadas le dice:

—¡Qué te jugué una broma! ¡Ni siquiera tengo hermanas…! —continúa, mientras se limpia con una mano las lágrimas que se les escapan de tanto reírse. —Tengo dos hermanos, varones.

A lo lejos el grupo que los observa no pierden detalle. Uno de ellos mueve la cabeza en señal de desaprobación y afirma:

—Pobre, ya le dio un ataque de histeria.


Así le va a la Carmen (ver Índice):


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