Ocultos bajo el ruido de las voces chillonas de sus padres que se cuelan a través de las paredes y se mezclan con la música sin llegar acoplarse consideraron absurdos los reclamos y decidieron ponerles fin. Bram, que es el nombre de «ese amigo» estuvo de acuerdo con Saturnino Segundo, quien comenzó a organizar las pertenencias de ambos en las conocidas maletas y cajas de viajes, que ahora sirven para la mudanza.
De pronto sólo quedó la música. Tal vez sus padres se hundieron en sus sillones de arabescos negros con fondo rojo, extenuados por la euforia que acaban de experimentar. Saturnino Segundo cambió la canción sin bajar el volumen.

🔊 ♫♪ …Caminar girando siempre ♫ en un lugar…♪♪
Bram aprovechó ese descuido para echar un vistazo a las cajas y sacar varias cosas. Saturnino Segundo se armó de paciencia y volvió a organizarlas.
—No estamos para juegos, vamos a ponernos serios a ver si terminamos pronto —dice Saturnino Segundo a manera de reproche. Bram no responde, se limita a revisar la habitación en busca de lo que faltase por embalar.
Saturnino Segundo sonrió al contemplarlo caminar con esa elegancia que no pierde ni en las peores circunstancias. Ambos quedan satisfechos con sus pertenencias en orden. Llegó el momento de salir, de llevar las cajas y maletas al coche.
—Quédate aquí y no permitas que nadie entre —dijo antes de comenzar el recorrido hasta la salida. Bram se sentó en la cama y fijó su mirada penetrante en la puerta de la habitación. Sus ojos intimidan a muchos, incluido el matrimonio Molina)
Entre otras angustias que pasan por el corazón de Saturnino Segundo está la comodidad de Bram. A pesar de verlo contento se preocupa por no tener dónde pasar la noche. A esas horas tiene que encontrar un lugar apropiado, que cumpla el mínimo de sus exigencias.
Sus padres fingen no ver cómo salen de la casa para enfrentar su nuevo destino. Ya con un pie en la calle escuchó sobre su hombro:
—Saturnino Segundo Molina Molina, SI SALES POR ESA PUERTA NO TE MOLESTES EN VOLVER.

—HOCUS-POCUS —Fue la palabra que usó Saturnino Segundo para devolverles el grito y terminar de salir.
Esa noche terminaron en un hostal de mala muerte, el único que les permitió la entrada con la condición de no hacer escándalo.
Lo primero que hizo Saturnino Segundo fue encender el televisor. Le pidió a Bram que se sentara en la cama mientras él arregla las cosas. Éste se acomodó como si le prestara atención a la TV, pero en realidad está atento a los movimientos de su amigo. Saturnino Segundo comenzó a limpiar con agua de menta, no podía permitir que los perturbara la atmósfera que allí se respiraba y necesitó transformar esa mala racha en algo bueno. Después se dispuso a colocar algunas de las pequeñas macetas con las plantas, que los acompañan en todas sus aventuras. Una vez abierta la ventana entró una brisa suave y una abeja que parece aturdida.

Saturnino Segundo pensó distraído: «Las abejas están por todas partes» La ruda macho la ubicó a la izquierda de la puerta y la hembra a la derecha para filtrar las energías negativas del exterior. Fue complicado colocar el aloe vera en medio de ellas, así que decidió colgarla del dintel de la puerta como si fuera un adorno. Las otras mini macetas las organizó por los rincones y el baño:
—Por lo menos está dentro —dijo en voz alta desde el diminuto aseo con ducha— Mira el lado bueno Bram, no hay que compartirlo con los del hostal, podemos colgar las ramas de eucalipto para que el vapor active sus aceites y nos ayuden con el estrés, olores y otros males.
—Quédate aquí un momento, no tardo —dijo una vez terminado el arreglo. Bram levantó su mirada sin moverse de la cama.
Saturnino Segundo bajó con la bolsa que contiene el envase que usó para mezclar el agua con la menta, el trapo con el que limpió y alguna que otra basura que encontró oculta debajo de la cama. Saturnino Segundo bajó con la bolsa que contiene el envase que usó para mezclar el agua con la menta, el trapo con el que limpió y alguna que otra basura que encontró oculta debajo de la cama. Caminó lejos del hostal para tirarlos junto con las energías de esos objetos.

Lo hizo de espalda al contenedor, como al descuido, para no se devolvieran en su contra..
La cena a medio camino en casa de sus padres, la discusión y el ajetreo de la mudanza les alborotó el apetito. Antes de bajar le dejó a Bram la comida servida. Saturnino Segundo está seguro de que a su regreso ya la habrá terminado. Compró algo para él y un poco más por si a Bram le apeteciera picar.
Al llegar comprobó que Bram, en efecto, había cenado. Ahora está tumbado en la cama, frente al televisor, con los ojos casi cerrados.
Saturnino Segundo continuó con la limpieza: Encendió un incienso de flores a la vez que, en voz baja, expresa el deseo de ser reconocido por sus progenitores como alguien inteligente. Imagina escenas en donde comprenden de una vez por todas que los cursos son parte del trabajo —y sí, ¡son importantes! —dice en voz alta. Entre deseos de prosperidad, reconocimiento e independencia repite su frase favorita: —Hocus-Pocus.
No puede evitar explicarle a Bram:
—Ésta proviene de la época en que las misas católicas se celebraban en latín y durante la comunión decían: Hoc est corpus meum, que significa este es mi cuerpo. Entonces los paganos, que no entendían el latín, ni la religión, la simplificaron en Hocus-Pocus. La asociaron con la magia, en principio no significa nada, pero suena bien ¿verdad?
Bram disimuló el gusto por el olor a flores en la habitación y lo miró con esa cara de interrogación que pone cada vez que sale el tema durante la «limpiezas de energía».
—Porque conozco esa historia es que la uso entre un deseo y otro con devoción, para ayudar a que ocurran pronto. —dice Saturnino Segundo a manera de excusa. Mientras termina de organizar las cosas de Bram, las suyas quedaron apiladas en un rincón.
Antes de tumbarse en la cama no olvidó escribir sobre una ramita de salvia los deseos compartidos. Una vez cómodo en su nuevo lecho acarició a Bram.

—Ya, ya, ya sé: “lo que tengo que callar no son las palabras de mis padres sino mis voces internas”—dijo en voz baja Saturnino Segundo al interpretar el significado de los sensuales movimientos con que Bram acostumbraba a insinuarle cosas antes de quedarse dormido.
Al ver lo plácido de su descanso pensó «seguro que sueña con un futuro prometedor». Colocó la ramita bajo la almohada de Bram. «Con esto se cumplirán nuestros deseos» sentenció.
Comenzó a comer en silencio, mientras observa a través de la ventana. Se distrajo con un árbol muy alto. Una hoja se mueve con el viento para alterar los colores de la noche a su vaivén, como si cambiara el paisaje a su paso. «Una metáfora» Pensó.
—Quizás tendré que buscar un lugar definitivo —dijo sin mucha convicción. Alterna su mirada entre la hoja del árbol y la abeja que parece atenta a sus movimientos. Luego de un rato se obsesionó con un hombre de pie en una esquina que apenas gira con sutileza la cabeza: Hacia un lado, luego el otro, como expectante.
—¿Qué hace? —pregunta en voz baja— ese también estará en lo menos productivo de su profesión. A los pocos minutos temió ser visto asomado en la ventana, por lo que decide alejarse y centrarse en su interrumpida cena. Supuso que la noche había atrapado a los Molina para dejarlos presos en sus inquietudes. «Solo Bram parece libre, pero él no es un verdadero Molina» pensó Saturnino Segundo.
La angustia lo llevó a recurrir a su fuente más fiable de intuición: La lectura de las barajas españolas.

«¿Vamos a estar en esta habitación mucho tiempo? ¿Nos mudamos a algo mejor? ¿En qué momento podré comprar un piso?» «Y en el amor: ¿Mi madre tendrá razón? ¿o ya podré estabilizarme?»
Las preguntas se multiplican para buscar respuestas a medida que extiende las barajas sobre el improvisado escritorio-mesa-comedor del tablón que está debajo de la ventana.
—Caballos enfrentados —habla en voz baja como para otra persona —¿conversaciones? Un hombre ¿de poder? Una mujer. El As de copa ¡invertido!… ¿suerte invertida? —preguntas y más preguntas, hasta que la fatiga lo doblega.
Al asomarse el sol puro y sutil de la mañana la habitación se inundó de amarillo y obligó al insomne Saturnino Segundo apresurarse.
Su amigo lleva varias horas levantado. Lo espera para el desayuno, pero Saturnino Segundo no tiene tiempo, así que Bram desayuna solo.

No pudieron compartir esas primeras horas en su nueva morada.
Saturnino Segundo salió de prisa, llevó consigo la bolsa con los restos de comida y los residuos que Bram había dejado la noche anterior.