El expulsado: busco aquellos que son como yo (17b)

Saturnino Segundo se despierta tarde en el sofá con un fuerte dolor de cabeza. Mira a su alrededor y se asombra ante el desastre que está el salón. Su primer instinto es hacer la acostumbrada limpieza de energía, pero abatido piensa que no sirvieron para nada, no impidió que esto ocurriera. Sin ánimos, encorvado por el sufrimiento, comienza a recoger los restos de basura, colillas, botellas, mientras murmura con reproche: «No mostraron ni el más mínimo de respeto hacia Bram». Sus palabras se ven interrumpidas al sentir una gran presión que le atraviesa el pecho y le impide respirar con naturalidad. Se sienta en el sofá y descubre a la abeja en la ventana. Ella, como única compañía mira cómo el dolor lo transforma. Saturnino Segundo enciende el incienso de flores, que tanto le gustaba a Bram.

Me encuentro con la perversidad dice Saturnino Segundo que llora la muerte del gato negro (Bram) en el piso de Daniel
Me encuentro con la perversidad

Ese día tampoco va a trabajar. Le envía un WhatsApp Anier, su excusa es un triste dolor de estómago y una cara sin boca. No es capaz de contarle que Bram ha muerto, y ni le pasa por la cabeza hablar de su resaca. Sin embargo está dispuesto a corresponder a la invitación de Daniel, «para despejar la mente» se dijo a sí mismo.

Después se duchó, trata de sacar de su cuerpo el dolor y el olor de la muerte. Arrastra los pies para salir al local de la tertulia de la tarde.

Al llegar hay un gran revuelo, ubican sus mesas favoritas en círculos, como es la costumbre. Hablan muy animados sobre temas de sumo interés para ellos. Antes de acercarse al grupo notó una placa en una de las puertas cerca de la barra, está seguro no haberla visto antes:

Placa de la asociación ficticia EMCU
Placa EMCU

Toma asiento y a pesar del dolor de cabeza presta atención a las palabras del director del proyecto. Este habla como si fuera consigo mismo, pero en voz muy alta y con un particular ritmo de tres pausas. Saturnino Segundo escucha atento:

—Si llamas a las puertas del infinito…

—…Y no conoces las preguntas apropiadas…

—…Corres el riesgo de no encontrar ninguna respuesta y perderte.

Los que aún se encuentran de pie se paralizan, reina el silencio por completo mientras el director del proyecto termina de tomar asiento y poner sus cosas sobre la mesa. Vuelve hablar con fingida modestia:

—Es importante… que se expresen… yo trataré de estar a la altura del reto.

En absoluto silencio, como corresponde después de sus intervenciones, cada uno ocupa su sitio al tiempo que su mente creativa descifra todos los significados posibles de esas palabras. Saturnino Segundo también tomó asiento.

Como es habitual, el silencio es liberado por Daniel, quien dio permiso a Carmen, la camarera, para que empiece a tomar nota sobre las peticiones de cafés y porciones de pastel.

Con auténtico ánimo de entender y ante el asombro de todos, Saturnino Segundo pregunta con decisión y directamente al director del proyecto, a quien conoce por ser el esposo de Anier:

— Y esas ¿Cuáles son? digo, las preguntas apropiadas…

Su intervención se la llevó el viento. Pasaron unos incómodos minutos de silencio, mientras el director del proyecto revuelve el azúcar de su café y corta trozos de su pastel. Daniel hace un gesto para que Saturnino Segundo estire el cuello y acerque sus oídos hasta él. Le recrimina su falta de educación al interrumpir.

—¡Cómo si lo escuchado no mereciera reflexión! ¡No serás tan inteligente! —Le recrimina su falta de educación al interrumpir y termina la frase en un susurro.

—¡Ya! —responde con desdén Saturnino Segundo.

—No llevas gafas —Apunta Daniel en voz muy alta, a lo que Saturnino Segundo piensa en automático «no las necesito…, ¿y a qué viene esto….?». Antes de que pudiera abrir la boca escucha:

—Molina tómate unos minutos… ¡asimila, por favor! —dice Daniel, pero baja tanto la voz que una vez más Saturnino Segundo tiene que estirar su cuello para oírlo. Quiso volver hablar, pero Daniel lo interrumpe. Sube la voz de nuevo, sin perder la clave dramática en la expresión y sin dejar de examinar los rostros pensativos de los otros presentes, continúa con la retahíla de la que Saturnino Segundo se enlaza.

Está muy incómodo por esa pseudo discusión que se forma, pero continúa con ella al creer que esa es la participación esperada en la tertulia de la tarde. Hasta que observa que el resto de los presentes lo miran de forma extraña. Ve que el rostro de Lucía se transformó en una expresión severa. Lo examina como si buscara en él vida inteligente. Saturnino Segundo los escucha susurrar entre ellos: «Parece mentira que llegara tan lejos en el grupo», «que esté aquí sentado sin entender el sentido de las disertaciones.»

Movido por sentimientos de dolor y rabia o quizás por la resaca, continúa con su estrategia de toma y daca con Daniel hasta que este se empieza alterar y rompe el juego. Da una mirada de desprecio por respuesta. «!Gané!» piensa Saturnino Segundo, mientras dice en voz alta con tono irónico:

—Es que no capto la totalidad de tus palabras… ¿pudieras ser más concreto? por favor.

La respuesta que obtuvo fue la voz de Daniel, con un tono tan profundo que retumbó en el aire, para citar sin mencionar al autor:

—No todas las palabras son adecuadas para todas las bocas. —Con esta sentencia selló los labios de Saturnino Segundo.

«Touché» fue lo que pensó Saturnino Segundo. El cielo de esa tarde anuncia tempestad.

El cielo anuncia tempestad en la reunión del Café de la tertulia de la tarde.
El cielo anuncia tempestad

Todos los demás se mueven, siguen las silenciosas órdenes de Víctor. Ruedan sillas y objetos para formar otro círculo que deja por fuera a Saturnino Segundo. Luego de esto se desató una jauría de preguntas relacionadas con lo último que ha dicho el director del proyecto, como si él jamás hubiese intervenido. Todo continuó entre café y café, con intervenciones individuales, porciones de pastel y más cafés, servidos con fervor por la camarera Carmen.

«Voy a buscar algo para comer, desde ayer no pruebo bocado…» Dice Saturnino Segundo, pero sus palabras caen en el vacío, nadie las escuchó, ni se enteraron que se había levantado cabizbajo hasta la barra del bar, donde se encuentra con el dueño. Le pide algo para comer y mientras le prepara un plato sencillo con las cosas que tenía a mano, el dueño detrás de la barra comienza una conversación sobre temas que no le interesan. Está cansado, pero le parece una falta de respeto no fingir atención. Mientras, una tormenta se desata en su interior: Piensa en Bram quemado por dentro, en su urna en la sala, le pide que no lo deje solo. Entre frase y frase de aquel hombre regordete Saturnino Segundo asiente con la cabeza, pero por su mente desfilan pensamientos de culpa «¿Por qué fui a esa estúpida cita?; ¿Por qué lo dejé solo tanto tiempo?»; «Anier está tachada de conflictiva y es gracias a mí». La voz que escucha le recordó por un momento a su padre, los gritos desde su sillón de arabescos negros con fondo rojo. «¡Cuánta razón tiene! no puedo cuidar de nadie» es lo que dice en voz alta, pero el dueño no escucha por estar en ese momento ocupado con otro cliente.

El dueño de la tertulia de la tarde retoma su monólogo, Saturnino Segundo se da cuenta que hace rato había terminado de comer, que ya lleva unas cuantas cervezas y que no hay nadie conocido en el local. Se habían retirado. Saturnino Segundo pensó, porque así lo quiso, que toda su intervención en esta terrible reunión pronto quedaría olvidada. Con un fuerte dolor de cabeza y un mal sabor de boca, huye hacia su casa.

Es inevitable enfrentarse a la urna de Bram en el salón, las macetas con las plantas olvidadas, el insoportable vacío de la habitación.

Saturnino Segundo (silueta) al salir del Café de la tertulia de la tarde.
Todos dejamos huellas

Al llegar al piso se da cuenta de que las cosas de Bram habían sido apiladas en el pequeño armario de la entrada, como si no significaran nada para nadie. Sumergido en su dolor se tumba en la cama a la espera de que aparezca con su mirada despiadada y bondadosa al mismo tiempo. Solo aparece una abeja, «tal vez sea la misma, desde el principio ha sido la misma» piensa y ríe ante sus propios pensamientos al saberse ebrio por el dolor y las cervezas.

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