Distrito salvaje (serie, 2018) es otra de esas joyas que esconde Netflix y se encuentran luego de mucho navegar buscando «similares». Se presenta como un thriller, uno más sobre soldados que buscan reinsertarse a la vida civil, pero con las peculiaridades de la realidad latinoamericana. Le bastan dos temporadas, de diez episodios cada una, para mostrar desde la ficción un poco de contexto sobre la historia contemporánea de un país y sus vecinos/socios. Afortunadamente está bastante lejos de ser una narco serie y más cerca de la Saga Bourne o de Homeland.
La propuesta de Cristian Conti (creador de la serie) deja varias lecturas: sobre las personas, los hilos del poder y la cuidad como un ente vivo. La ficción bien documentada sobre hechos reales y reconocibles para quienes conocemos de cerca la frontera colombo-venezolana, pero insisto que no pretende hacer ningún paralelismo con la vida real.
La puedes ver si quieres: | |
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Asustarte | 😮😨😨 |
Pelearte con el mundo | 😕😯😶😑🤐 |
Pensar | 🤨🤨🤔🤔🤯 |
Test de Bechdel | ✅ |
Más allá de que el tema resulte cercano, o no, vale la pena por las actuaciones, el argumento, los personajes, fotografía y música. Además están las historias personales detrás de la macro historia sobre las marañas del poder y las misiones. Acción, romance, intriga, política y humor se despliegan a través de personajes bien construidos, creíbles y psicológicamente ricos.
¿Lo que ocurre en la serie es factible? sí, tanto como en cualquiera que tenga que ver la CIA o el Pentágono. El protagonista es tan real y ficticio como el mismo XIII (XIII, Miniserie de TV del 2008) o cualquier otro hombre super entrenado, solo que ocurre en Colombia.

Hay una doble historia, como suelen ocurrir cuando hay espías, agentes «obligados» de algún modo a colaborar con políticos/estados y todo lo que ello conlleva. Como es de esperarse Jhon Jeiver «JJ» (Yei yei) interpretado por Juan Pablo Raba tiene una personalidad marcada por el aislamiento y la vida militar en la selva (reclutado como guerrillero desde adolescente) Luego de su deserción de la guerrilla entra en el programa de reinserción para personas desmovilizadas (programa real que acoge a los que voluntariamente dejen grupos guerrilleros y de autodefensa para entregarse a las autoridades de la República, programa que surge con el acuerdo de paz entre el gobierno colombiano y las FARC-EP en 2012) recupera la comunicación con su familia y hace nuevas amistades, mientras intenta adaptarse a la ciudad y la vida civil.

Por una lado está su vida personal por decirlo así y en paralelo es «reclutado» por el Estado para misiones que requieren sus habilidades de pisa suave, rango que ostentaba en el grupo guerrillero.
Una especie de boina verde o Rambo, «un ejercito de un solo hombre» como lo describen los oficiales del estado. Aquí empieza un intrincado tejido y la serie abre dos niveles de discurso, el personal de Yei yei, o Jhon Gómez como se le conoce en el mundo civil y la lucha anticorrupción.
La primera temporada lo vemos desplegar sus habilidades de super soldado y resolver todo tipo de situaciones para la jueza Daniela León, interpretada por Cristina Umaña, a la vez que lidia con su hijo, su madre, su trabajo en el supermercado y sus relaciones con los agentes que le exigen resultados en las misiones. Una primera temporada intensa llena de acción centrada en los hilos de la corrupción inmobiliaria, y su reacción con el proyecto Bogotá 2030, a la vez que el personaje se «humaniza» y toma conciencia de que es libre.
A raíz de esto es cuando se pone interesante y marca una diferencia con las otras series del género. La propuesta empieza a ofrecer otra lectura, otra capa por debajo del mero entretenimiento.

Una conversación sincera entre desmovilizados sirve de detonante, Apache (Christian Tappan) le hace ver que es libre, y si esto es así ¿por qué sigue haciendo lo mismo? a partir de aquí Yei yei se plantea qué hacer, qué quiere y sobre todo qué tipo de persona es Jhon Gómez.

En la segunda temporada se abre una una premisa interesante. La apuesta aumenta. Jhon Gómez no es el único que ha cambiado y cuestionado su posición en la sociedad, la jueza también. En general los personajes han ido presentándose, mostrando su motivaciones y conflictos. En la segunda temporada ya están decididos a seguir un camino: se muestra el desarrollo y el final.
Aparecen nuevos elementos y el tema de corrupción pasa a ser un juego electoral que mueve muchos hilos, temas de seguridad nacional, candidatos, pactos, alianzas y traiciones. La ambición de unos, la resignación de otros a su autoproclamado destino y la lucha de unos pocos por tomar las riendas de sus decisiones.
Hay una escena en que una especie de bruja de Blancanieves, personificando a una asesora electoral, anuncia lo que será la segunda temporada. Da un regalo a la jueza, ahora candidata electoral, con metáfora envenenada: Es una bola de cristal de las que tiene un paisaje adentro y dice que hay veces en las que hay que agitar las cosas para obtener resultados.

La vida electoral se agita, hay cambios a la vista, pero ¿de fondo? todo sigue igual. Es el mismo titiritero que mueve los hilos y se ha divertido un montón a costa de la agitación. Parece que se mueve la cortina y se descubre al mago que hay detrás, pero la bola de crista se calma y espera la próxima mano que la agite. Mientras unos quedan atrapados en hilos que no entendieron cómo funcionan, otros decidieron apostar por la unión y la familia como clavo ardiente al cual asirse con fuerza. De todos los personajes ganaron los que entendieron quieres eran y hasta donde podían llegar. Una serie amena, rápida y muy bien hecha a nivel técnico. En donde el director explica de forma gráfica, con una secuencia de imágenes, que todo cambia para que todo permanezca igual.

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