Carmen M. Sosa sigue en su búsqueda de trabajo. Aunque aparecen ofertas que a simple vista se ven atractivas, son ventas de humo. Pasa la mañana entre la nueva organización de la casa y esas infinitas tareas de limpieza. Además, realiza algunas compras siempre sola y en silencio bajo las miradas fugitivas de los vecinos que siguen sin reconocer su existencia, pero que no dejan de observarla. Parecen saber todo lo que ocurre en su cabeza y lo que transita por su vida.
Las tardes las dedica a revisar los chats, cuidar el pequeño huerto que recién elabora y esperar a un Manuel que ha cambiado, al igual que las circunstancias.

Manuel llega cansado, molesto por las horas interminables de trabajo no remunerado que se ve obligado emprender. Ya no es el mismo, empieza a notarse una incipiente calvicie que gana piel desde la frente. Su actitud de hombre bonachón, algo descarado, activo, alegre, se aleja cada vez más de su día a día para dar paso a densos silencios que comparte con la ya solitaria vida de Carmen. Ella, con amabilidad, alivia el cansancio de ambos con una buena comida caliente y mucha paciencia para soportar los silencios. Mientras cenan, la mirada de él fija en el infinito refleja lo agotado que se siente. El mutismo tan solo se corta de vez en vez con algunos monosílabos dichos al aire por ella o por él, las cenas se han convertido en una réplica de las familiares, pero por fortuna, sin las burlas y barullos. La inusual presencia de una abeja que revolotea por el salón distrae los pensamientos que la pareja mantienen por separado.
Una tarde, Carmen deambula por calles desconocidas después de otra frustrada entrevista de trabajo. Entre el paisaje encuentra un letrero pegado en una vidriera: Se busca dependiente. Sin pensarlo, entra en la librería.
—Buenos días, vengo por el letrero —dice a modo de saludo. Se dirige al delgado señor con gafas y cara amable, quien parecer ser el dueño, mientras le entrega una hoja son su escueto currículum —Mi nombre es Carmen, Carmen M. Sosa.
—Buenos días Carmen M. Sosa, yo soy Ricardo R. Rodríguez —dice el señor y continúa a la vez que toma el folio. —Bien, vamos a descubrir cuál es tu experiencia. — Y con la rapidez con que se leen unas cuantas líneas levanta la vista, a la vez que esboza una dulce sonrisa. —Veo que buscas tu primer trabajo —La mira con ojos de interrogación y prosigue —¿Qué tal te va con la lectura? ¿Eres una ratona de biblioteca? —En su rostro se dibuja una sonrisa más amplia, que rompe el mutismo de ella.
—Bueno… Me gusta leer, pero no tanto… No soy tan ratona —dice Carmen nerviosa, mientras le devuelve la sonrisa que denota su evidente timidez.
—¿Cómo te desenvuelves con el público? —Pregunta el señor y sin esperar respuesta, continúa —Yo necesito alguien activo, extrovertido, que aprenda rápido. Que pueda desenvolverse solo, porque dentro de un mes comienzo un tratamiento. No puedo venir todos los días, pero no me gustaría tener que cerrar.
—Puedo aprender rápido, aunque debo confesar que soy un poco tímida.
—La timidez no es problema si hay seguridad en uno mismo, si sabes lo que dices y crees en lo que haces. —Ante el silencio de Carmen, con un tono amable le pregunta —¿Te gusta innovar? ¿Qué te divierte?
—Me gusta la herrería y el ajedrez —dice rápido, pero con un hilo de voz.
—¡Fantástico! Dos aficiones por demás interesantes. —Ante la no respuesta de Carmen, continúa —Aquí tenemos una sección de libros de ajedrez y otra sobre técnicas y maestros de la herrería. Echa un vistazo a estos estantes —dice mientras la conduce a esas secciones de las que habla.
Carmen está asombrada, son muchos los libros de ajedrez y no sabía que existieran tantas publicaciones sobre la herrería. La abruma la cantidad de textos interesantes frente a ella, se queda sin palabras.
Ricardo R. Rodríguez continúa su recorrido por la librería: le muestra los estantes y las diferentes clasificaciones de libros. Habla, explica cada tramo, da varios consejos.

—Aquí se pasan algunas horas de silencio, que es bueno aprovechar con alguna lectura —dice como consejo final. —Escoge los que te llamen la atención, los que quieras. —Con esto termina el recorrido. —Vamos, busca los que quieras.
Carmen se pasea por toda la tienda hasta que regresa al mostrador. Le entrega dos volúmenes: Mis geniales predecesores Volumen I, de Garry Kasparov y Bladesmithing; Guía intermedia para hacer cuchillos como un herrero: Fabricar cuchillos, espadas y forjar el acero de damasco, por Wes Sander. Ricardo R. Rodríguez los examina y retoman la conversación. Hablan sobre distintos temas y al cabo de un largo rato decide prestarle los textos que ella escogió, le expresa que se los puede regresar al terminar de leerlos. Carmen M. Sosa no encuentra palabras para agradecerle, promete que los devolverá pronto y le parece que ese gesto es para expresar que el trabajo no es para ella, toma la bolsa con los libros y al intentar despedirse de Ricardo R. Rodríguez éste la interrumpe:
—Carmen, te voy a poner a prueba por quince días y observamos qué pasa. Si no resulta, te los pagaría y hasta allí llegamos, pero si todo está bien de igual manera te los pago y hacemos un contrato. ¿Te parece?
—¡Claro, me parece perfecto!
—Entonces vuelve el lunes a las nueve y media de la mañana y comenzamos.
Carmen M. Sosa sale feliz. Lleva, junto a la bolsa con los libros, la alegría de haber encontrado un trabajo estimulante.
Esa noche el silencio de Manuel comienza a romperse al encontrar a Carmen ensimismada con la lectura y observa que en la mesita del salón hay otro libro, hace preguntas y ella emocionada cuenta lo ocurrido en la librería. Él se contagia de su entusiasmo, recobra su buen humor y también le detalla lo que escucha a escondidas en su trabajo, le cuenta que se queda en la pequeña habitación que está al lado del gran salón de reuniones:
—Debería aprovechar para dormir una pequeña siesta. A esa hora Carmen, ya estoy cansado. Además, esas reuniones son infinitas. Por ellos es que llego tarde, debo esperar que terminen, reorganizar el salón de reuniones, ¡no veas como dejan eso! —Su voz se anima y gesticular mientras habla: —lleno de papeles, vasitos de café ¡como beben café esa gente mi Carmen! cómo harán para dormir, mira hay basura, mucha basura por todos lados y todo movido, todo ¿por queeé? ¡Me pregunto yo! ¿Por qué todo queda movido? Las sillas por aquí, las mesas por allá. De verdad no sé qué hacen.
—Estás helado. —Interrumpe Carmen al coger la mano de él, que ofreció para entrelazarse mientras la otra sujeta la cuchara rebosante de sopa caliente. Luego lo anima con un gesto para que siga hablando mientras la mano libre de ella deja el libro a un lado para concentrarse en la conversación y la sopa.
—Las reuniones de Vida Próspera se alargan hasta las tantas horas, te repito que en verdad no sé qué hacen —continua él sin perder el entusiasmo. —Los escucho hablar y hablar. Hay veces que no logro entender algunos fragmentos, otras palabras sueltas y a veces sí cojo el hilo del tema, pero es difícil, aunque interesante. Allí dicen cosas que son verdad, sí te fijas bien. Cosas que podemos aplicar mi Carmen, para que podamos prosperar. — Manuel sigue con su monólogo. Ella lo escucha atenta, no tanto porque le interese lo que él se esfuerza en explicar sino por lo dichosa que se siente al romper su triste rutina.
—Espera ¿has dicho, que el grupo se llama Vida Próspera? —Interrumpe ella con asombro. Él lo piensa por un momento mientas ambos miran de reojo a la abeja que permanece en un borde de la ventana.
—¿Y ésta qué? —Dice él y apunta con el mentón de la cara hacia la ventana —te fijas que es como si estuviera atenta a la conversación, quiere enterarse de nuestras cosas. Lleva allí todo el rato. Noto que nos mira.
—Ay Manuel, es una abeja. No nos mira, estará aquí por el huerto que ya comienza a florecer ¿lo has visto?
—La verdad es que no, ahora me lo enseñas. Las abejas no comen frutas y no has sembrado flores, no tiene sentido.
—Manuel no les tantas vueltas, tal vez quiera ser nuestra mascota.
—Entonces le ponemos nombre. Apis, se llamará Apis. ¡Mira! Responde… se ha movido. —Dice él con una sonrisa y agrega en un grito que sobresalta a Carmen y a la abeja: —¡SÍ, se llama Apis! —Y luego retoma su sopa para agregar al cabo de algunas cucharadas —no había caído, Vida Próspera es el grupo de tu amiga Montse, ¿tú también estás verdad?
—Sí, te lo he comentado. S365 es Montse. —Dice Carmen con un trozo de pan en la mano —¿La has visto en esas reuniones?
—No, no lo creo. Allí se dicen por sus nombres. Lo hubiese escuchado. Y al acompañarlos a la salida solo hablo con los dos líderes, son gente seria que sabe escuchar, sabes. Los demás me miran como si no fuese una persona capaz de entender. No creo que, si ella me viese, actuara como si no me conociera. Pregúntale tú si ella va. —Carmen asiente con la cabeza. Le comenta que no han hablado últimamente, pero que esto sería una excusa para contactarla. Así siguen con la charla animada, como en los viejos tiempos. Hasta que llega la hora de dormir. En el dormitorio retoman los pasos de una danza privada que solo sus cuerpos conocen.
Durante los siguientes dos días tienen alegres conversaciones, juegos y bailes. El lunes muy temprano Manuel se despide con un beso de buena suerte para ella y sale hacia su trabajo. A las nueve y media ella está en la puerta de la librería. La encuentra cerrada, mira la hora, comprueba que es temprano, espera hasta que aparece una mujer.
—¿Carmen M. Sosa? —Ella asiente con la cabeza y la mujer continúa —Soy la esposa de Ricardo, él no vendrá. —Carmen mira sin mirar, no sabe qué decir ni que hacer. La mujer también hace un silencio para ver a su alrededor, luego agrega: —Lo hospitalizaron de emergencia, me pidió que viniera para decírselo.
Entre apenadas y sorprendidas, hablan un largo rato. Carmen va a devolver los libros, pero la mujer dice que se los entregue después. Carmen le da su número telefónico y le pide que la llame para mantenerla al tanto de la salud de su futuro jefe, la señora toma nota y se despiden.
Pasan los días y la rutina de Carmen apenas se ve alterada por las charlas alegres a la hora de la cena. También se ha vuelto más activa en el antiguo chat del grupo Vida Próspera para estar un poco en sintonía con lo que Manuel le cuenta. Espera noticias sobre el amable Ricardo R. Rodríguez y la respuesta al mensaje de Montse.
Al cabo de unas pocas semanas Carmen se decide a pasar por la librería. Se encuentra con un cartel de «SE VENDE» en la vitrina. Manuel la consuela por las noches y la anima a seguir los consejos del señor Ricardo para que se convierta en «ratona de biblioteca».
Él tiene acceso a una biblioteca muy extensa en su lugar de trabajo, así que comienza a llevar libros de diversos temas a la casa.
Carmen M. Sosa piensa «Si una puerta se cierra, una ventana se abre» y sonríe con cada libro que recibe de manos de Manuel.