Dos cárceles sirven de escenario a El Marginal, serie creada por Sebastián Ortega y Adrián Caetano. Dentro de una narrativa de ficción podemos apreciar la violencia que se ejerce sobre los individuos para que la sociedad mantenga su orden establecido. En la última temporada los personajes y sus historias se cierran dentro del marco violento de los que manejan los hilos de sus vidas.
La puedes ver si quieres: | |
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Asustarte | 😮😨 |
Luchar | 😎😎😎😈 |
Pelearte con el mundo | 😕😯😶 |
Pensar | 🤨🤨🤔🤔🤯 |
Test de Bechdel | ✅ |
Una vez que alguien cae en sus redes ya no hay salida y el espectador termina descubriendo que es otro preso al cual, presuntamente, se le han concedido algunos derechos. Pero no nos dejemos llevar por lo simple que sería establecer quieres son los buenos y quienes los malos. Ninguno es santo, ninguno es inocente, ninguno es tan malo. Aunque sí que hay grados de inocencia y perversidad por partes iguales tanto en agentes, reclusos y espectadores.
En la reseña de Netflix se lee: «Mientras investiga un secuestro, un expolicía se infiltra en una cárcel, donde deberá evitar que los peligrosos criminales descubran su verdadera identidad». Según esto parecerá un thriller más sobre un pobre policía infiltrado en una cárcel muy violenta en donde las cosas se descontrolan. Pero nada más lejos de lo que resulta ser. ¿Hay violencia? sí y mucha. ¿La historia del infiltrado se alarga? no, se amplia y se convierte en una tela de araña mucho más compleja, no porque la trama se complique (tipo Prison break) sino porque se detallan los fondos que la sustentan. En la quinta y última temporada el desenlace de la historia de Miguel Palacios se convierte en un ejemplo para sus compañeros de prisión y una amenaza más contundente para los carceleros.

Un guion violento, intenso, muy bien hilado, en donde cada personaje es tratado de forma completa. Hasta los secundarios tienen un desarrollo en cuanto a personalidad, intensión, entorno social y no pasan desapercibidos. Está escrito por Adrián Caetano, Guillermo Salmerón, Silvina Olschansky, Omar Quiroga y Nicolás Marina. En cada temporada se muestra sin tapujos ni vergüenza un sector de la sociedad y los hilos que se manejan, todo orquestado con la excelente dirección de Israel Adrián Caetano, Luis Ortega, Mariano Ardanaz, Javier Pérez y Alejandro Ciancio. Son muchos los aspectos positivos que destacar en esta serie.
Comienzo por la escenografía. Sorprende que no caiga en lo ya visto, en los lugares estáticos y distribuciones básicas de celdas, pasillos, patio, oficina, enfermería. Con una gran habilidad escénica nos muestran, desde la primera hasta la tercera temporada, los diversos rostros de la cárcel de San Onofre, sus recovecos llenos de historias, el patio con sus improvisadas habitaciones hechas de cartón y trozos de telas. Luego (en la cuarta y quinta temporada) nos encontramos en el complejo penitenciario de máxima seguridad Puente Viejo: un escenario frío que hace alusión al abandono en la que están inmersos sus habitantes.


Escenarios así solo lo había visto en Encarcelados en el extranjero de National Geographic, aquí ciudadanos estadounidenses o europeos caen en las redes del sistema penitenciario de otras partes del mundo gracias a la estupidez y/o su mal proceder. El punto es que las cárceles, una más, otras menos, resultan un depósito de almas perdidas. Según National Geographic esto no ocurre en Europa ni en América del norte, sinceramente lo pongo en duda. Me viene a la mente otra ficción, Orange is the new black, (sobre todo en las primeras temporadas) que retrata a modo de denuncia lo «útil» de tener reclusos eternamente dentro del sistema, da un poco igual el grado de criminalidad y de posibilidades de reinserción. Pero ese es otro tema, que no viene a colación ahora mismo. El marginal no pretende denunciar, aunque sin querer pinta tan bien al marginado, el excluido, que termina por ser un espejo (no solo del recluso, sino del entorno del cual de alguna manera, consientes o no, todos participamos).
La banda musical enriquece las escenas, nos recuerda el por qué nos encontramos allí. No es un fondo musical, es la voz de algún preso que se pierde en la multitud y está a la par de las excelentes actuaciones de los que sí tienen rostro.
En cuanto al vestuario es muy acertado. Sin llamar la atención muestra el status en el que se encuentran los presos. En lo personal, me encantó que se utilizara una franela para contarnos la relación entre los Borges, Diosito (Nicolás Furtado) y Mario (Claudio Rissi).

La estructura que siguen las temporadas también resulta interesante: Lo que empieza en la primera se retoma en la cuarta, sin que se pierda el eje central de la historia.
La historia comienza cuando el policía Miguel Palacios (Juan Minujín) ingresa a la cárcel de San Onofre con una identidad falsa (Pastor) para ayudar a resolver el secuestro de Luna Lunati (Maite Lanata), hija de un juez corrupto, realizado por la banda de los Borges. Miguel/Pastor descubre que está atrapado en una red más grande. Debe escapar, solo así podrá salvar su vida y recuperar su nombre. La trama se desarrolla en torno a este hecho, pero no todo gira a su alrededor. Las temporadas que siguen mantiene un delgado hilo con la parte thriller de la primera, en donde aún quedan algunos cabos con el caso del dinero de juez y su relación con la cárcel de San Onofre.
En la segunda retrocedemos tres años desde los hechos que se muestran en la primera, a manera de precuela. Los hermanos Borges llegan a San Onofre y se enfrentan a «El Sapo Quiroga» (Roly Serrano), quien es el líder de la cárcel. La tercera avanza desde la segunda, dos años después de que se termine el poderío de «El Sapo» y un año antes del secuestro de Luna Lunati. Llegados aquí, tenemos todo el contexto de lo que había que resolver con respecto al secuestro y sobre todo se ha ampliado el universo narrativo de sus protagonistas principales.

Para la cuarta temporada ya estamos en otra cárcel de máxima seguridad, Puente Viejo, en donde «las cosas son diferentes», dice el director de la misma, Benito Galván (Rodolfo Ranni) y claro que son diferentes. En esta temporada la violencia física es «creativa» y en nombre de Dios, sin dejar a un lado la violencia psicológica las torturas son el pan de cada día.
Aquí se reúnen los personajes desde la casilla de salida nuevamente. Los Borges, Miguel/Pastor y Antín (director de la cárcel) tienen que recuperar sus posiciones. En esta temporada hay giros interesantes y otros predecibles en cierto modo (por lógicos) hay amistad, alianzas, amores y descuidos que cuestan libertades: César (Abel Ayala) en la enfermería, Pastor y Emma, Bardo (Ariel Staltari) por ejemplo. Esta forma de narrar que hace precuelas no estorben, sino que al contrario, enriquecen la trama. En última temporada Miguel se convierte en una amenaza para los carceleros ya que ha hecho pública su historia y la realidad de la situación de un recluso. Diosito intenta buscar su camino hacia la normalidad, pero dada su historia personal ¿qué es eso, que llaman normalidad? Se ponen de manifiesto la fuerza de las conexiones afectivas como red a la hora de sobrevivir y luchar. César da una lección de libertad en una de sus ultimas escenas.
Cuando hice el A propósito de, en febrero ’22, luego de ver las cuatro temporadas ya me recordaba a la serie Spartacus (2010) no porque sea una «copia» en cuanto a personajes o argumento sino por la violencia de las escenas, los esclavos esclavizando a otros, los dominantes agachando la cabeza ante superiores y algunos desnudos masculinos. Luego del final de la quinta la imagen queda aun más clara. Miguel lanza un mensaje al estilo de las ideas de Spartacus: «Hemos sido mal hechos, pero no estamos terminados» No devuelve la violencia con violencia y así no confirma ni ratifica las expectativas del que se cree moralmente superior por su jerarquía/posición social. Demuestra con hechos, que luego sigue César, que los que estamos al margen no somos las bestias que los ciegos quieren que seamos y hablo en plural porque siempre seremos un marginal para alguno que se crea moralmente mejor. Cuando un marginal alza la voz con lógica y conocimiento, sin abandonar sus orígenes, otros los siguen y se crean vínculos difíciles de romper, que se mantiene más allá de la muerte, aunque esta sea ocasionada por un igual.
Cada temporada muestra una de las periferias sociales del recluso, sus implicaciones y los tentáculos que nos alcanzan de una forma u otra: desde una estafa telefónica, hasta tener algún ser querido en estas circunstancias, los habrá que sean socios y trabajen desde afuera, funcionarios en nómina de mafiosos y viceversa. ¿Hasta dónde se está dispuesto a llegar? ¿Por qué se hace lo que se hace? Estar en modo sobrevivencia ¿Es excusa para aceptar la corrupción? Estar en el poder y administrar «justicia» entre quienes «ya no valen nada» ¿Es excusa para corromperse?
El punto es que los hilos se tejen dentro y fuera de la institución carcelaria, unos bajo un manto de honestidad y decoro (y por lo tanto con absoluta impunidad), otros bajo la premisa de la sobrevivencia. Solo los más ambiciosos lucharán por llegar al poder.

Es curioso como el dinero (y la necesidad de tenerlo) es otro pretexto más. Bajo el disfraz social que se quiera adoptar está la realidad: el fin último es el poder. La lógica del dominante y del sumiso, el que manda y el que obedece, es lo que impera. Claro que para ser el que manda hay que tener los recursos con que mantener contento al sumiso, es decir que el dinero pasa a ser un instrumento más. Este planteamiento me parece interesante dentro de una serie de este estilo. No se centra en los negocios de unos y otros sino, en las relaciones que se establecen, en las posiciones que se ganan y/o pierden.

Mención aparte es para el personaje de Antin (Gerardo Romano), que empieza como director de San Onofre. Es esa persona que no deseamos toparnos en la administración (ni en la vida), pero que una vez que se cruza en el camino nos cae bien, es un hombre liviano, gracioso hasta que llega el momento de la verdad, entonces su cinismo ya no resulta muy oportuno. Es el Rumpelstiltskin de esta historia con toda su magia y maldad, con frases muy buenas y una simpatía que lo diluye todo. No sorprende que su carrera política esté en ascenso.
Otros personajes son los caídos en desgracia ya sea por cosas menores, infortunio o mientras está en juicio. Éstos pierden su inocencia (y hasta la vida) sumergidos en la lógica de una mazmorra sadomasoquista en donde casi todos los amos disfrutan y casi todos los sumisos lo son por temas de sobrevivencia. A lo largo de las temporadas hay varios de estos tristes ejemplos.

Por señalar alguno está el anestesiólogo, Patricio (Esteban Lamothe), quien asumió un crimen que no cometió y está aterrado ante la vida en la cárcel hasta que logra hacerse un lugar que le permite sobrevivir sin perder su dignidad. Este personaje destaca justo por lo que le rodea fuera de la cárcel, el proceso y el expediente casi absurdo que se teje para hundirlo.
Otra alma que desciende a los infiernos es Quique, «el Cuis» (Diego Cremonesi) Este es un personaje curioso. Se sabe poco de lo que hizo, tiene poco diálogo y mucho peso, su historia se resume en la canción que le obligan a repetir una y otra vez «la fiesta terminó» Este cantante venido a menos es «esclavizado» por el Sapo, al punto de convertirlo en su radio y es obligado a repetir hasta el agotamiento su canción de éxito.
La historia me recordó la anécdota de Héctor Lavoe huyendo de una fiesta de mafiosos en donde había sido obligado a cantar toda la noche (El día que Pablo Escobar obligó a Héctor Lavoe a cantar toda la noche) Así como Lavoe tuvo que declarar «Yo soy el cantante» ante el mafioso y el taxista que narra la historia, el Cuis nos declara ser una «Piñata» que se ha roto, su fiesta a terminado.

César (Abel Ayala) y el mismo Diosito son tristes víctimas del entorno (en la cuarta temporada se descubre por qué) Y uno que coge fuerza y resulta un catalizador es Brian (Ignacio Quesada) no puedo decir más sin hacer spoiler, así que no digo más.
También es interesante que sin necesidad de explicaciones, ni excusas, la serie muestra de manera natural una diversidad de personajes más allá de los estereotipos que se pudieran prever. Los hay trans peluqueras y sicarios, mujeres que desean ser heroínas y resultan un tanto ingenuas, como el personaje de Emma (Martina Gusmán) Luna (Maite Lanata) otras que disfrutan con su negocio como Gladys (Ana Garibaldi), esposa y mano derecha de Mario Borges. Consientes, como la novia de Diosito.

Cabe destacar que se nota el trabajo que hay detrás de leer el libreto, los actores han hecho suyos a los personajes le han dado frescura y particularidades más allá de las líneas escritas, lo que le ha dado personalidad y no son ajenos, como esos personajes encasillados que a priori sabemos que son horribles. El trabajo de actuación y dirección se ha preocupado por contar historias sobre personas, con sentimientos y problemas más allá de los business de la mala vida.
Al contar historias a través de pequeños elementos propios del personaje, no puedo dejar de mencionar a Rita (Verónica Llinás), la jefa del servicio de asistencia social, quien nos describe una situación de agobio y desespero que oculta tras una máscara de ironía. A través de varias llamadas telefónicas que recibe de su madre y la cuidadora de ésta (que no escuchamos completas) nos da pistas sobre su situación y deja abierto un universo entero. Y así cada actor pudo dotar a su personaje con elementos propios. Libertad que se nota y enriquece muchísimo.

En la quinta temporada los personajes secundarios se engrandecen, se ratifica la máxima: No hay personajes pequeños. Aunque podemos reconocer y reprobar los actos violentos, con las actuaciones crean empatía con el espectador y nos sumergen en su tragedia personal.
Quizás habrá quien encuentre fallos técnicos, iluminación o algún que otro error de producción, hay quieres tal vez la cuarta temporada le parezca demasiado violenta y algo lenta en la trama (si se refiere a que se resolviera el thriller que se plantea en la temporada uno) hay para todos los gustos. Sin embargo, el ritmo y lo bien que está construida hace que esto sea exigencia de perfeccionistas. Plantea un universo bastante amplio y hasta me daría pena que se hubiese resuelto o centrado todo en el escape.
Gracias por tan buen paseo por esta serie! Es posible que sí me anime a verla… A ver si puedo dormir 😊.
Abrazo fuerte!
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Hola matymarinh. Ojalá te animes, pienso que es una serie que vale la pena ver a pesar de las escenas violentas, pero ojo no creo que te motiven a tener «dulces sueños» 😁 Un abrazo 🐾
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